Del radicalismo de la Izquierda y la derecha


Izquier

En su "Crítica de la Razón Pura," Kant acusa la propensidad de la mente a deducir verdades absolutas sin discernir las particularidades. Su hipótesis ha sido corroborada por la psicología Gestalt; la mente percibe el todo por las partes. De allí que un estudiante que lea veinte páginas de un libro de trescientas páginas, o su prólogo, pueda imaginar el contenido completo del libro sin leerlo. Dicho ejercicio es peligrosísimo, como lo señaló Alexander Pope: “Saber poco es peligroso.” Schopenhauer, por ello, distinguió a los filósofos que leían las enciclopedias de filosofía de los que leían a los filósofos, señalando los primeros como filósofos flojos. Leer poco e investigar poco es, de hecho, contraproducente. Verbigracia, el Presidente colombiano de la izquierda radical, Gustavo Petro, quien se jactaba de leer exhaustivamente y quien acostumbraba refutar a sus opositores con la falacia de autoridad, recomendándoles que leyeran tanto como él, hasta el día en que tuiteó bajo una foto con la senadora Allende de Chile, estaba complacido de haber conocido a la afamada escritora del realismo mágico, Isabel Allende. Quienquiera que haya leído un libro de Isabel Allende habría reconocido de inmediato a la escritora, en virtud de su hábito de incluir una foto de su rostro en cada contraportada de sus libros.

El filósofo Karel Kosik se atrevió a cuestionar los dogmas de la izquierda bajo el concepto de la pseudoconcreción, lo que le valió una vida de oscura celebridad. Pero sus criterios han sido desoídos por el socialismo radical del siglo XXI en Latinoamérica, aquel que ha aceptado en secreto su comercio con el narcotráfico como forma de lucha, el mismo que depone gobiernos libertarios en Latinoamérica mediante asonadas respaldadas por bots falsos de Twitter, documentales amañados de la prensa rusa e infiltraciones en las ramas judiciales y sindicatos educativos. Sus fundamentos ideológicos más fuertes son dos: el maniqueísmo y la generalización, es decir, la propensión de la mente a formular conclusiones a partir de impresiones de particularidades.

A lo largo de mi vida me he esforzado por hallar la verdad a través de la lectura y la meditación, y en ese camino he encontrado argumentos filosóficos e históricos que refutan a la izquierda. Mi primer maestro fue Borges, quien abogó por una literatura independiente de las simpatías políticas de sus autores, juicio que lo reivindica no sólo a él (por su foto con Pinochet), sino también a Gorki, Cortázar, Alejo Carpentier, Neruda y Celine, entre otros. En Francia se ha discutido la validez del L'écrivain engagé, aquel que, como Balzac, Zola y Pushkin denuncia las injusticias de su gobierno y su generación: dicha discusión es aceptable, pues el escritor representa la vida misma. Gilles Deleuze ha sido, creo, el único escritor que ha descifrado su fórmula melodramática, aquella que tanto admiró Gramsci (“El melodrama es el lenguaje del pueblo”); en sus estudios sobre cine Deleuze analiza el filme Susana de Luis Buñuel, y concluye que el naturalismo es la creación de un universo completo y absolutamente cerrado, contrario a la fenomenología, en que sus personajes se consumen. Susana, en efecto, llega a un rancho remoto en donde, a pesar de su despampanante belleza, no tiene oportunidad de relacionarse con los jóvenes que la admirarían; por ello intenta trágicamente resolver su libido con su patrón y su hijo. 

El melodrama es exagerado e inverosímil, pero captura la admiración de sus espectadores. El Acorazado Potemkin ha sido celebrado como el gran filme de Sergei Einsenstein, pero –tal y como el mismo Borges señaló–, es un melodrama que torna a los superiores en villanos y a los subordinados que los asesinan en héroes. La lucha entre el mal y el bien ha sido, ciertamente, reforzado por el cine estadounidense; sus narrativas se reproducen en las mentes de las nuevas generaciones, como lo señaló Joseph Campbell, pero lejos de brindar el discurso cristiano del perdón, emplean la herejía maniquea denunciada por San Agustín: la vida es simplemente simplificada como la lucha entre el mal y el bien. 

Considerar al Estado libertario en un ente opresor y tiránico y a los ciudadanos que no participan en él en las víctimas de dicho Estado es un postulado atractivo de la izquierda. Sólo cuando la izquierda sube al poder y destruye las empresas privadas y las infraestructuras nacionales, los ciudadanos comprenden que el Estado “tiránico” que los gobernaba les permitía alimentarse con dignidad, en cuanto que el nuevo Estado socialista les devuelve al esclavismo. El triunfo de la burocracia puede ser, ciertamente, señalado como el culpable: senadores que no asisten a las plenarias, tienen 4 meses de vacaciones y reciben 45 millones de pesos con prestaciones de salario. Todo ciudadano colombiano, con un promedio de dos millones de pesos de salario, aspira, por lo tanto, al poder, fuente de riqueza, pero nuestro sistema de gobierno permite, lamentablemente, la eternización del poder en pocas manos. Los mandos medios son los que mantienen la maquinaria de la corrupción aceitada, y son ellos mismos los que se encargan de destruir cualquier fuerza de reforma.

Los culpables son también los medios de comunicación, quienes entrevistan incesantemente a aquellos políticos que los favorecen con pauta estatal o de sus ONGs ad aeternum. Justo ayer entrevistaban al anacrónico expresidente Gaviria sobre la reforma tributaria, en lugar de consultar a un economista de la nueva generación.

Los dogmas de la izquierda son, por otra parte, un prefabricado intelectual fácil de digerir que evita que los jóvenes estudiantes lean a Aristóteles, a Hegel, a Nietzsche, a Derrida. Es más fácil demonizar como “fascista” o “paramilitar” a cualquier oponente al radicalismo de la izquierda, que investigar sobre el auge y eliminación de las autodefensas, y es más fácil gritar vivas al socialismo de Petro que preguntarse sobre su impreciso proceso de reinserción y sus crímenes como guerrillero del M19, grupo subversivo subvencionado por el notorio Pablo Escobar. 

Otros dogmas absurdos son repetidos sin ser analizados por los radicales: “Nos están matando”, dicen los vivos; “Nos morimos de hambre”, trina una mujer obesa; “Me amenazaron las Águilas Negras”, proclama un senador enseñando un panfleto que habla de “lideresas y líderes sociales” –lenguaje exclusivo de la izquierda–. 

El socialismo se basa en la idea de que los medios de producción deben ser propiedad del Estado o de la comunidad. Sin embargo, esta idea presenta una serie de problemas prácticos. La gestión de los recursos y la producción por parte del Estado o de la comunidad es muy compleja y requiere una gran cantidad de recursos humanos y financieros. Además, el Estado o la comunidad no siempre son capaces de tomar las mejores decisiones en términos de producción y distribución de bienes y servicios.

En segundo lugar, el socialismo se basa en la idea de que la igualdad debe ser la norma en la sociedad. Sin embargo, esta idea choca con la realidad humana. La igualdad absoluta es imposible de lograr debido a las diferencias naturales entre las personas, como las habilidades, la inteligencia y la creatividad. Además, el incentivo para trabajar duro y ser productivo se reduce significativamente en un sistema donde no hay incentivos económicos para hacerlo.

En tercer lugar, el socialismo a menudo ha sido implementado en países con economías débiles o en desarrollo. Estos países a menudo tienen sistemas políticos autoritarios y corrupción generalizada. El socialismo, en lugar de mejorar la situación, a menudo ha empeorado la corrupción y la represión política. Además, la falta de inversión y la planificación inadecuada a menudo han llevado a la escasez de bienes y servicios esenciales.

En mi caso particular me granjeé la animosidad de varios de mis docentes en los 1980s, por mi afán de leer exhaustivamente los textos que nos imponían en clase. Tras dormir apenas tres o cuatro horas llegaba al salón de clases a encontrarme con un docente que radicalizaba las noticias del día a favor de los militantes de la siniestra y dejaba la discusión de la lectura para los últimos diez minutos: entonces me veía en la penosa labor de corregir sus imprecisiones porque comprobaba que el docente no había leído completamente las lecturas de clase.

¿Es la izquierda o, como prefiero llamarla con mayor propiedad, la siniestra, la más accesible pose académica, aquella capaz de entregar prebendas como viajes a sus sustentadores? Ese es el canto de sirenas tan atractivo, pero como le dije a un amigo cinematógrafo, el problema de apoyar incondicionalmente una corriente política es que se pierde medio mundo de imparcialidad. 

Numerosos intelectuales y artistas han aceptado los beneficios del gobierno cubano y su política represiva, que incluye ejecuciones y detenciones de disidentes, a cambio de una gratitud eterna y sin reservas por alojamientos confortables y opulentas cenas. Entre ellos se encuentran figuras como Ernest Hemingway y Gabriel García Márquez, por mencionar solo algunos. Incluso tengo conocimiento de varios amigos que han seguido este camino. Un ejemplo destacado es el de una documentalista que viajó a Cuba en busca de atenciones sexuales que su vida burguesa en Filadelfia le negaba.

Menciono "la siniestra", no con desprecio ni sarcasmo, sino aludiendo a los arúspices o sacerdotes de la antigua Roma que observaban los movimientos de las aves y examinaban las entrañas de animales sacrificados para predecir el futuro. Para los romanos, las aves que giraban repentinamente hacia la izquierda durante su vuelo eran un presagio de hambre, pobreza o calamidad.

Las raíces de esta interpretación se basaban en tradiciones milenarias arraigadas en su religión. Jano, un dios de dos caras, miraba hacia la derecha para observar lo que ocurría en el mundo mortal y hacia la izquierda para enfrentar el mundo de los espíritus y lo desconocido.

Desde una perspectiva más reciente, James Joyce, hacia el final de su novela "Retrato de un Artista como un Hombre Joven", busca una señal de Dios sobre su destino: quedarse en Irlanda o viajar a Francia. En ese momento, observa el primer grupo de aves que emigran hacia la derecha y recuerda al místico Emmanuel Swedenborg, quien afirmaba que Dios había otorgado a las aves el don de anticipar eventos para evitar el azote de las primeras nevadas.

Algún lector creerá que comento necedades, pero más necio demuestra ser quien desprecia la sabiduría de sus ancestros, puesta a prueba, como ya lo mencionaba Aristóteles, por otras generaciones a lo largo de varios siglos. Básteme citar el hundimiento del afamado “Titanic”; nadie más, que yo sepa, ha señalado la coincidencia entre el destino de los titanes hermanos de Zeus y el barco de pasajeros más lujoso de comienzos del siglo XX. Entre el mito y la realidad se revela una serie de paralelismos inquietantes. 

Los titanes, antiguos enemigos de los dioses olímpicos, desafiaron la autoridad de Zeus y sus hermanos, provocando una guerra conocida como la Titanomaquia. Su rebelión los llevó al Tártaro, una prisión en las profundidades de la Tierra, donde quedaron sepultados y condenados a no regresar jamás. Este acto de desafío y su posterior castigo ilustran la imposibilidad de escapar al destino una vez que se ha desafiado a las fuerzas superiores.

De manera similar, el Titanic, el "insumergible" de su época, desafió a la naturaleza y las advertencias sobre los icebergs en su viaje inaugural. A pesar de su lujo y avanzada tecnología, chocó con un iceberg en el océano Atlántico y se hundió en una de las tragedias más notorias de la historia marítima. Como resultado, el Titanic también quedó sepultado en el fondo del mar, una tumba acuática de la que nunca regresaría.

Ambas historias de desafío y sepultura en el mar transmiten la idea de un destino inquebrantable y las terribles consecuencias de retar a lo divino o subestimar los peligros. Estos relatos, aunque separados por la mitología y la historia, comparten una advertencia sobre la arrogancia humana y la fragilidad de nuestros logros frente a las fuerzas naturales y cósmicas.

¿No ha demostrado la izquierda ser (o, si hablamos con mayor propiedad, la siniestra), por la misma ominosa elección de su nombre, un movimiento político que causa hambre, derrota y muerte a lo largo de la historia de los dos último siglos?

De cualquier modo tampoco eximo a otros movimientos de su responsabilidad política. Evitar el radicalismo de la izquierda y aquel que sus prosélitos presumen de sus críticos ha sido mi labor como escritor a lo largo de dos décadas; una voz que como en el periplo de Hércules navega entre Escila y Caribdis, entre diestra y siniestra. 


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