Metafísica del Luto

Reza un viejo proverbio francés que los hijos lo entierran a uno, que uno no entierra a los hijos. Las excepciones, querida tía, son abismos de dolor que sólo los más valientes sobreviven. Dios te puso tan terrible prueba en estos tiempos de pandemia; mi bienamada prima ha partido en la flor de su juventud sin que hayamos podido acompañarla en su enfermedad. No hubo acompañamiento, ni procesiones, ni lamentos, tan solo los fríos comunicados de las agencias que tratan con la muerte.


Quem di diligunt, adulescens morit


El comediante Plauto escribió dos versos que la posteridad preserva como un consuelo:


Quem di diligunt, adulescens morit

adulescens moritur, dum valet sentit sapit


Quienes son amados por los dioses mueren jóvenes

en la flor de la vida, mientras disfrutan de salud y juicio


Hermosa variación del griego antiguo del también comediógrafo Menandro, cuyo modelo tradujo tres siglos después: 


ὃν οἱ θεοὶ φιλοῦσιν ἀποθνῄσκει νέος, 

Quienes mueren jóvenes reciben el beso de los dioses. 


La muerte es siempre dolorosa para quienes sobrevivimos, pero dulce para quien fallece mientras sobrelleva una vida exenta de los deterioros de la vejez. Otro proverbio dice que nuestra muerte refleja como vivimos, y mi prima falleció como todos quisiéramos partir, en un sueño.  

La vida nos ofrece momentos de felicidad, cierto, en particular cuando compartimos con nuestros seres amados, pero se engaña quienes creen que hay que vivir hasta la ancianidad para tener una vida plena. Alejandro Magno conquistó el mundo y no alcanzó a vivir, como Cristo, 34 años. Mi hermanita Yaneth vivió apenas dos años, lo que le bastó para amarnos eternamente, como cantó en mi libro de poemas “Himnos a la Muerte”:


Desahuciada desde su nacimiento

Vivió para amar por veinticinco meses

 

Inocencia breve que engendró mi historia

Todos los días he escrito a su partida

Pálidos son imperios, ciudades, plagas


En sus cuentos medievales, Herman Hesse relata la historia de hombre que ve al ángel de la muerte llevarse a varios hombres y mujeres en la flor de su juventud. Cuando lo interroga sobre sus razones, el ángel le responde que lo hacía para prevenir futuras tragedias y congojas en sus vidas. La sabiduría del azar, o de Dios, se expresa más allá de la existencia, y como dice a Job desde las nubes, es tan compleja que ningún hombre puede comprenderla. 


¿Puedes establecer el dominio de Dios sobre la tierra? (Job 38:33)


Vivimos, como reflexiona Hamlet, un piélago de calamidades cuando enfrentamos los afanes de la injusticia, problemas financieros, discusiones de trabajo, dolencias de salud o simplemente en nuestro esfuerzo por mantener buenas relaciones con los demás. El descanso eterno, aquel que siempre cantamos en las letanías de difuntos, se asemeja también al séptimo día de la creación, en el cual el místico Swedenborg veía el culmen espiritual de nuestro peregrinar por el mundo. ¿Cuántos anhelaríamos alcanzarlo y decir como el Creador, como mi prima, que nuestra obra ha sido buena?



Metafísica del más allá


El luto nos lanza, como Karl Jaspers escribió, sobre los abismos del ser, y es a través del dolor que contemplamos sus profundidades. ¿A dónde vamos? ¿Somos inmortales? ¿Existe el cielo y el infierno? 

En la filosofía, las respuestas más lúcidas las dio Sócrates antes de suicidarse condenado por sus propios compatriotas en Atenas. Si no hay nada después de la muerte, dijo a sus discípulos, jamás podré quejarme de ello, pues ya no existiré, y si lo hay, qué alegría será discutir con tantos muertos que nos precedieron. 

A Dante debemos la idea de un infierno de castigos eternos, en donde el fuego y el rechinar de dientes del Nuevo Testamento es también incorporado. Pero quien haya reflexionado sobre el amor inmenso de Jesucrísto y su sacrifico, sabe también que su perdón es infinito. 

En el Poema más antiguo preservado, el del Gilgamesh, escrito en idioma arcadio en Babilonia hace 4.500 años, la inmortalidad también es un don de Dios, en donde ni el infierno ni el paraíso cobran relevancia:


Creo que la compasión es el acto puro de nuestro Dios.

Que arde para siempre,

Y ya sea en el cielo o en el infierno

No me importa; porque

El infierno es el regalo eterno

De su presencia

Para escuchar al solitario que anhela

En medio de fantasmas que perecen y no le importa

Para encontrar cualquier inmortalidad

Si no en la pura soledad del Santo,

Esta soledad de la que Él disfruta para siempre.

Dentro y fuera de Su creación.

Le basta al que ama.

Encontrar a su Único singularizado en Sí Mismo.

¡Y esa es la copa de la inmortalidad! 


Ya en Dante atisbamos la certeza que el místico Swedenborg profundiza: el infierno es en realidad nuestro ser interior, y quien lo padece es a causa de sus propias obsesiones, sean éstas la lujuria, la ambición, el asesinato, el hurto, la corrupción o la mentira. La historia de nuestro país, lamentablemente ha sido escrita por violentos; desde la independencia Colombia ha estado en poder de caudillos que toman las armas para llegar al poder y, una vez, allí, mantenerse a sangre a fuego, aplicando la máxima de que el fin justifica los medios. Basta leer “Diario de Bucaramanga”, de Luis Perú Delacroix para comprobar que incluso un héroe como Simón Bolívar vivía torturado por el poder, el cual había ciertamente obtenido con denuedo y veía perder con resentimiento. 

Venturosamente, la inmensa mayoría de colombianos hemos renunciado a la violencia, lo que nos fraterniza con la mayor parte de la humanidad, los que no encuentran, para citar a Mahatma Gandhi, razón alguna para matar, pero sí muchas por qué morir. Somos las aguas del río que nuestros antepasados trazaron, adaptándose a las afiladas rocas de los dos bandos que inevitablemente se organizan en cada nación en su lucha por gobernarnos. Mi prima fue una mujer integra, y como tal, lo sé disfrutará las venturanzas de su encuentro con el Ser. Desde luego, no estuvo exenta de pecadillos, iras y errores, como todo ser humano. Cuando Cristo recriminó a sus apóstoles porque lo llamaban bueno, se refería a su ira contra los vendedores de baratijas frente al templo, a quienes ahuyentó a látigo por comerciar en un sitio de oración..

Estas reflexiones metafísicas darían a luz a quien no creyese en Dios o fuera anticlerical o antirreligioso, pero tanto mi prima, como tú y yo, somos católicos cristianos, y sabemos que Jesús murió por nuestros pecados.



La Redención Eterna en Cristo


El fin del universo pareciera dibujarse, pero tú, que, como yo, crees en la resurrección de Cristo y en la vida eterna, no tienes otra razón para inquietarse por esa ausencia temporal. No compartes la ideología de los medios, aquellos que asumen el prejuicio de que con la muerte la vida acaba, ni participas de las sociedades que predican que quien cree en Cristo está equivocado. 

Las certezas las has vivido a lo largo de tu vida, pues triunfaste como emigrante en España cuando, viuda, viajaste con tus hijos para darle una vida digna en una era en que en Colombia secuestraban a los viajeros y asesinaban comerciantes. 

Las evidencias de la vida eterna abundan en el mundo. Conocerás la historia de la monja antepasada nuestra que era tentada continuamente por demonios en su celda, o la del tío Jaime, que conversaba con los muertos de buenas intenciones. En las literaturas hay bastantes evidencias de que somos inmortales, desde aquella del soldado Er, quien en el libro décimo de la República muere por unos días y al volver relata cómo los muertos tienen la oportunidad de rencarnarse en cualquier vida que escojan, hasta aquella grabación de los médiums ingleses de principios del siglo 20, que entrevistaron a un aún irónico Oscar Wilde.

“La vida en el más allá es más placentera”, dice, “no hay, por ejemplo, mosquitos cuando uno sale de picnic”.

Emanuel Swedenborg tuvo el don de conversar con difuntos, ángeles y demonios. Hay un hecho histórico que lo demuestra, y que fue investigado por el filósofo Immanuel Kant en su libro “Sueños de un vidente de fantasmas, explicados por sueños de metafísica”


“"Fue, como bien me han dicho, hacia finales del año 1759, cuando el señor Swedenborg, procedente de Inglaterra, desembarcó en Gotemburgo una tarde. Esa misma noche fue llevado a una compañía de un comerciante local, y después, con cierta demora, con todos los signos de consternación, dio la noticia de que un terrible incendio estaba asolando Estocolmo, en el Südermalm. Después de algunas horas, en las que saltaba de nerviosismo de vez en cuando, informó a la compañía que el incendio había sido curado, y aquella misma tarde se difundió esta extraña noticia, y a la mañana siguiente cundió por toda la ciudad; al cabo de sólo dos días llegó desde Estocolmo a Gotemburgo, completamente en concordancia, como se suele decir, con las visiones de Swedenborg . " 


El reporte le llegó al filósofo por boca de varios amigos, e hizo a Swedenborg inmensamente popular en su época. El libro más conocido de Swedenborg es “Del Cielo y el Infierno”, en que narra el peregrinaje de los muertos hacia el más allá. Según él, durante un periodo máximo de 60 días, es cada ser quien, de acuerdo con sus inclinaciones espirituales, decide ir al cielo o al infierno, o a una de las sociedades paradisíacas o infernales, pues la gran diferencia entre esta vida y la siguiente consiste en la capacidad de reflejar los sentimientos del corazón en el rostro. Los nobles y tiernos son hermosos ángeles, mientras que los perversos e intrigantes son demonios deformes. Aquellos a quien la intriga atraiga, vivirán en la semioscuridad de las comunidades infernales, y aquellos que gusten de la caridad tendrán a su servicio mansiones, bibliotecas, campos deportivos y todos los lujos que en este mundo son inalcanzables para la mayoría. También hay cientos de testimonios de enfermos comatosos que han vuelto a relatar, varios de ellos publicados en libros; mencionaré de sus páginas dos anécdotas que han calado en mi memoria: en uno de ellos una dama afirma que al morir quienes primero salieron a darle la bienvenida fueron sus mascotas muertas; en otro un niño volvió describiendo que en el paraíso Jesús le enseño muchos más colores que los siete que conocemos.

No me cabe duda que mi prima está ya entre los ángeles del cielo. ¿No sabemos todo de su generosidad? Su mayor testigo es Francisco, quien fue su huésped por varios meses cerca a Barcelona. También tuve la felicidad de compartir con ella una velada en que Colombia jugaba un partido de fútbol. 

Vivir es también vivir la muerte

También yo tuve la gracia de acercarme al paraíso cuando salté de una camioneta en movimiento a mis ocho años; lo que recuerdo fue una inmensa felicidad, un éxtasis de plenitud con el universo, el cual se multiplicaba exponencialmente infinitas veces a cada instante que pasaba; el Creador me pidió que regresara a ayudar a los demás con mi testimonio, y desde entonces me he preparado para entregar certezas a los demás de nuestra inmortalidad.

Quienes tenemos encendida en nuestro corazón la llama de esa certeza somos mensajeros del Espíritu Santo, pues no vemos la muerte como una desgracia, sino como una puerta a un mundo mejor. Sabrás que no perdí con mi esposa Leyla un bebé, ni dos, ni tres, sino cuatro. En 2022 una periodista me entrevistó en la televisión nacional presumiendo que mi vida era de luto, y le contesté que, por el contrario, era de alegría, pues sabía que esos cuatro niños habían sido tomados por Jesús para mimarlos en el paraíso, lejos de las duras pruebas que todos conocimos en escuelas y colegios en que no escasean matoneadores y docentes que aprecian poco o demasiado a sus estudiantes. También vi un programa de una médium americana que conversó con una niña asesinada; aquella pequeña le dijo que no quería permanecer demasiado tiempo en este mundo, pues vivía muy feliz en el paraíso y cada instante en este mundo de mentiras la atormentaba; la razón principal de su regreso era para pedirle a su madre que depositara sobre sus restos una cruz de oro con diamantes que le había regalado.

La creencia en la vida venturosa en el más allá no es sólo cristiana. Fue leyendo el Mahabharata que encontré la historia del rey Sanganu y su misteriosa esposa Ganga, quien aceptó desposarse con él con la condición de que la dejaría actuar como quisiera, sin preguntarle nunca el motivo de sus actos, por cuestionables que fueran. Al año tuvieron el primer niño, y Ganga fue al río y lo ahogó; al segundo año otro varón nació y Ganga también lo ahogó, y así cada año hasta que al ver el octavo bebé partir en brazos de su esposa hacia el río Ganjes, se interpuso y les dijo que se detuviera, que no fuera tan inhumana. A lo que Ganga replica:


“Soy la diosa Ganga, adorada por los dioses y los hombres. Vasishtha maldijo a los ocho Vasus para que nacieran en el mundo de los hombres y, conmovido por sus súplicas, dijo: Yo iba a ser su madre, pero me pidieron que los asesinara de inmediato; y bien es para ti que así fuera, pues irás a regiones más elevadas por este servicio que has prestado a los ocho Vasus ”.


Nietzsche recriminó a la filosofía antigua por presentar la negación de esta vida como la verdadera vida. No sin fundamento, podemos argumentar que despreciar el mundo para aspirar a las delicias de otro mundo que desconocemos, es un error. No se trata, empero, de desear la muerte desde la concepción, sino de aceptar nuestra vida al igual que nuestra muerte, sin aferrarnos ni a la una ni a la otra.  Bhishma, el único de los dioses Vasus del pasaje anterior, sobrevive en virtud del rompimiento de la promesa del rey Sanganu a la diosa Ganga, quien antes de desaparecer promete entregárselo como un presente. Lejos de buscar la muerte, Bhisma deviene un guerrero a lo largo del poema, y siendo un dios, no puede ser derrotado, hasta que, ya a avanzada edad, y compadecido de quienes quieren abatirlo, anuncia la fecha de su partida, permite que Arjuna lo hiera con múltiples flechas y muere tras 51 días de agonía. 


Mi prima ha sido arrebatada de tus días, pero cada uno de ellos será compensado con siglos de amor en la eternidad, tal y como relato en mi cuento “El Mejor Hostal”, de mi libro de cuentos “Confesiones de Difuntos”:


“Giré sobre mí misma y un cielo azul sobre un mar de aguas plateadas se abrió imponente ante mis ojos.

Durante los siglos pasados y por venir la voz serena de mis parientes fallecidos y su compañía persistente me acompañaría.

Pensé en mis hijos, en Antonia y en mis nietos; en las caminatas que emprenderíamos a través de aquellas callejuelas empedradas, sobre playas de arenas traslúcidas.


Alabada sea entonces nuestra fiesta

inmóvil...


Ahora podría socorrer a mis difuntos.”



Metafísica del luto


El luto plantea preguntas sobre nuestra respuesta social ante la muerte. En "El Extranjero" de Albert Camus, el protagonista asiste al funeral de su madre sin llorar, lo que provoca la hostilidad de su sociedad y, finalmente, su condena a muerte por matar a un hombre en aparente defensa propia.

Comprenderás a partir de este escrito por qué evito los velorios, y cuando debo asistir debido al fallecimiento de un pariente cercano, no me siento ofendido si amigos o conocidos no asisten o se excusan. Recordemos las palabras de Cristo: "Dejad que los muertos entierren a sus muertos". Este precepto contradice la pompa de los entierros con sus jaculatorias, coronas de flores y misas en memoria.

Recuerdo el incómodo velorio de mi abuela. En ese momento, no pude dialogar con otros familiares, ya que habían contratado a una señora para rezar sin cesar el Padre Nuestro, el Ave María y el Credo. Esto creó una atmósfera de constante oración, que no permitió que los asistentes interactuáramos. Esta situación parecía desafiar la intención de un velorio, que es un espacio para el duelo y la reunión familiar. Un observador externo podría haberse preguntado si esta persona intentaba evitar la interacción familiar debido a tensiones previas.

Entonces, ¿debemos afligirnos o encontrar alegría en la pérdida de un ser querido? Nuestro estado emocional en este contexto es el resultado de nuestra perspectiva sobre la muerte, y no estamos obligados a ceder ante las influencias externas, como lo señalaba Camus en su novela. La elección, si dejamos de lado las presiones sociales, recae completamente en nosotros.

La historia de la humanidad muestra que vivimos en un mundo donde las mentiras sociales son comunes. Algunos podrían culpar a periodistas y cineastas por elaborar tramas llenas de falsedades en entornos de decadencia, odio y destrucción.

Sin embargo, al observar las vidas de aquellos pocos que han abrazado la verdad, la belleza y el amor, descubrimos la historia secreta y feliz del mundo. Estos incluyen artistas, profetas y santos que han convertido su fe en una fuente de alegría y heroísmo, sin temor a morir. Aquellos que enfrentan a la muerte con la misma valentía que a la vida, saben que la fuente de la belleza es el amor.

Nuestro sufrimiento está en proporción a nuestro amor. Amar también implica reconocer nuestra fragilidad y la posibilidad de perder ese amor en cualquier momento. Sin embargo, en esos momentos, el recuerdo nos brinda consuelo. Podemos decirnos a nosotros mismos: "Tuve la fortuna de conocer a esa persona". 

Los bellos momentos compartidos sobreviven en nosotros, porque el sentimiento es una expresión voluntaria del alma, no un privilegio de la naturaleza. 

Morimos en vida con la muerte de quien más amamos, pero también lo preservamos incólume en nuestros gestos, en nuestras palabras, cada vez que pronunciamos su nombre o vertimos una lágrima recobrando su pasado.

Cada muerto amado sobrevive en mí


Morir es abandonar a quienes amamos

Fruto que cae de un árbol que fue vida

Ave que se aleja y jamás vuelve

Amor que fue correspondido y muere


Nuestras lágrimas, elíxir de la eterna juventud

Rescatan sus palabras y gestos del olvido

Antiguas experiencias, nuestras risas serenas

Por la dicha de un reencuentro eterno


O, si hacemos del luto una partida

Afín a la de Marco Polo hacia la China

O a la de las carabelas de Colón

Cada ser amado sobrevivirá en nosotros


Y así, por amor, cultivamos la certeza

De que de ese fruto brotará una selva

De que aquella ave engendrará un cielo

De que el amor genuino germinará eterno



Es la poesía la que trueca el luto en dulzura. Los poetas transforman, en virtud de su amor, sus experiencias cotidianas en palpitantes recuerdos, demostrándonos que todo lo vivido es bello.

Nuestro poeta santandereano Rafael Ortiz Gonzáles nos legó un su libro “Los Gritos Infinitos”, un hermoso poema a su padre Clímaco que es un canto a la vida y a la muerte.


Presencia de mi padre y de su voz


De mi padre recuerdo cuanto en el tiempo soy yo. 

Sobre todo ahora cuando más me le parezco, 

en el modo de sentir y de decir las cosas, 

en la acción de las manos, en la línea del alma.


A veces me parece que mi padre no ha muerto 

y que soy apenas una prolongación humana 

de su rostro, de sus acciones y pensamientos. 

Mejor dicho, no recuerdo a mi padre.


Porque en toda mi vida está presente, 

en el espejo ardiente de mi sangre y en el espacio 

claro de la frente. Lo siento que camina 

por mi sangre, como el río en el mar halla centro.


Y que mis brazos y mis pies son gajos 

desprendidos del árbol de su cuerpo, 

de las raíces de su cepa, rama de su sueño. 

A veces siento que mi padre y que yo somos lo mismo.


Y que él está en mí, perfectamente vivo, 

y que yo estoy en él, perfectamente muerto, 

pero vivimos y morimos juntos, 

mientras siga él muriendo y yo viviendo.


Yo a mi padre lo siento y lo presiento 

más cerca a mis arterias y más próximo,

como si cada día que avanzo hacia la muerte 

él viniera más joven a mi encuentro.


Porque él está dormido en el espacio 

sin vejez, sin temor, sin sufrimiento,

en el jardín de los marfiles blancos 

y flores de nieve y rosas de ébano.


Y yo estoy en la tierra de la muerte 

fumando el humo de mi breve tiempo, 

apretando los días entre mis manos, 

contando los instantes en mis dedos.


Pero él sigue en mi sangre y en mi vida 

reproduciendo todos los ancestros, 

gobernando mis pasos, viajando entre mis venas, 

viviendo la forma de mis sueños.


Mi padre está conmigo en todas partes, 

y en verdad, él y yo somos un mismo corazón, 

una sola alma, la misma piel y el mismo rostro.

Él está en el paisaje de mi infancia.


Como el árbol más fuerte y más alto nacido 

en la montaña. Siempre a caballo sobre el campo 

abierto como el noble señor de la comarca, 

cuya voz aún resuena en mis oídos.


La siento nacida en mi palabra, 

porque a medida que envejezco, 

escucho que su voz se renueva 

en mi garganta. El verbo es el espíritu.


Hoy creo que su fuerte palabra es mi palabra.

Cuando hablo, percibo que es su voz 

que viene de mi infancia. De pronto un día sentí 

que mi voz no era sino su propia voz en la distancia.


Estaba llamándome al oído con su voz más cercana.

Era su propia voz y no la mía 

y yo sentía que con mi voz exacta 

mi padre me llamaba. Desde entonces yo oí.


El milagro de la sangre que hacen del hijo 

y padre la misma voz humana y desde entonces supe 

que nuestra voz es todo, y que el alma del hombre 

es la palabra y que la palabra es su propia alma.


Desde ahora yo sé que cuando hablo 

es la voz de mi padre la que habla, 

a través de la sangre, como el eco de un grito 

que del oído vuelve a la garganta.


Por eso cuando hablo, yo percibo que es mi padre 

en mi voz el que me llama! Y por eso también 

cuando lo llamo yo siento que, en mi voz, él me responde 

y nuestras voces son como campanas.


Es su voz varonil, de árbol sonoro, voz de río, 

de torrente, voz de hombre. Cuando habla 

me oigo en la distancia y cuando hablo, 

él me llama por mi nombre.


Capítulo de "La Demostración de Dios"


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