11. Mi lucha contra el Anticristo

El Anticristo

En la mañana del 16 de abril de 2011 concebí con felicidad la escritura de lo que sería mi obra más ambiciosa: 12 novelas que relatan mis viajes alrededor del mundo. 

Ya estaba escribiendo páginas sobre mi estadía en Filadelfia y Bishkek, pero a partir de la lucidez adquirida advertí que mis batallas intelectuales por lenguas y ciudades, lejos de ser una serie de aspiraciones truncadas, era una narrativa de logros particulares:

En Bogotá, Colombia monté aclamadas temporadas teatrales de “Esperando a Godot” de Beckett y “Candida” de Shaw en el Auditorio Skandia, de “La Lección” y “Hermíone ” de Ionesco en la Alianza Francesa, y de “Cortés y Moctezuma” en el Centro Ruso de las Artes León Tolstoi. También enseñé a mis colegas cómo canjear entradas por publicidad gratuita en "El Tiempo", el periódico de mayor circulación de Colombia.

En Filadelfia, EE. UU., produje, dirigí y actué como el personaje principal de la primera adaptación cinematográfica interétnica de Shakespeare, "Hamlet de América" (2012), filmada en video digital en 1998, con un estreno retrasado debido al precario software de edición. disponible en aquel entonces.

En Portugal, escribí y dirigí un monólogo teatral, “La Primera Cita de Nórida Ocampo”, así como un documental sobre los barrios marginales del Oporto, “Ilhas do Porto” (2000).

En el Reino Unido, enseñé a actores sin experiencia previa cómo interpretar textos de Shakespeare. Monté y dirigí una ingeniosa adaptación minimalista de "Timón de Atenas", que tuvo tanto éxito que un colega profesor me felicitó varias veces diciendo "¡Es increíble!", algo realmente excepcional en un británico. Lamentablemente, la puesta en escena puso celosos a otros miembros de la facultad, y rápidamente me excluyeron de futuras presentaciones.

También fue en Manchester, Reino Unido, donde logré la edición de mi primera novela, "New Manhattan Soirées" en Colombia. Una segunda edición fue lanzada en Barcelona el 23 de abril de 2002 por la Editorial La Buganville.

En Kirguistán, como profesor internacional invitado de periodismo, me enfrenté por primera vez a los poderes corruptos de una nación ansiosa por destruir a un hombre incorruptible. Narré esta historia épica de resiliencia estoica en mi novela "A Kyrgyz Spring" ("Una Primavera Kirguiza").

De regreso a Inglaterra, esta vez trabajando tiempo parcial en Londres en un trabajo de baja categoría como Porter Packer, pude editar el montaje final de mi documental sobre la reforma agraria colombiana, filmado en 1998, "Manatí, retrato de un pueblo subdesarrollado y feliz".

Finalmente, en Bucaramanga, Colombia, dirigí y produje el primer largometraje rodado en la ciudad, "Los crímenes de Kennedy". Por primera vez en Colombia, una película abordaba el urticante tema de la corrupción arraigada en todas las clases sociales.

Y si la fama, el dinero o el poder no han llegado era porque precisamente he renunciado a ellos desde mi adolescencia, cuando, presentando una obra de teatro sobre Ignacio de Loyola en el Colegio San Pedro Claver, cité, encarnando a Loyola, la frase del evangelio que convirtió a San Francisco Javier y lo llevó hasta la India: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si con ello pierde su alma?".

¿No es mejor una vida sin fama, experimentando las dificultades y penurias de la mayoría de la humanidad, en lugar de sobrevivir en un medio de vanidades, banalidades y apariencias? Cuántos amantes de este mundo he oído citar en un vano intento de refutarme: “Vanitas vanitatum, dixit Eclesiastés; vanitas vanitatum, et omnia vanitas. (Eclesiastés 1, 2.)

Y justo aquella noche en India, pensamientos aciagos llegaron a mi mente. Hoy, tras una distancia de nueve años, los considero tentaciones del demonio para una mejor comprensión, si bien, lo confieso, en aquel entonces los consideré como vacilaciones propias. En sus Ejercicios Espirituales, Loyola explica que un ángel y un demonio nos susurran continuamente al oído, y que está en nosotros discernirlos mediante un examen de conciencia.

"Ahora que conoces los secretos del universo", escuché a mí mismo diciéndome, "¿No deseas ejercerlos para tu propio beneficio? ¿No te gustaría ejecutar milagros que asombren a los demás?".

Ignoré aquellos pensamientos escribiendo, pero volvían con insistencia urticante. "¿No vas a vengarte de tus enemigos?"

Recordé entonces que en noviembre del 2010, cuando vivía en la sede central de SRM University a las afueras de Chennai, el chófer que me habían asignado me llevó cierta tarde a una playa desierta, junto a la cual había un parque de diversiones. Entré y estaba casi desierta.

Subí a una montaña rusa con 3 jóvenes tamiles. Al bajarme encontré a un solitario numerólogo y astrólogo al aire libre, en medio de un amplio patio, sentado ante una mesa con una silla vacía, quien me dijo que nuestra cita no era casual. Dado que ya casi anochecía, acepté que interpretara mis números por unas rupias.

"Viajará muchos kilómetros a lo largo de su vida", me dijo. "Su mente es la de un pulpo que requiere desarrollar hasta doce proyectos al mismo tiempo; un docente extraordinario, tan innovador que causa temor en sus superiores".

Luego de predecir mi destino desde los números, me indicó cómo meditar y cómo acceder al pensamiento de los demás. "Cualquiera puede interrogarlos en su imaginación", me dijo. "La magia es creer. Creer que puedes influir, con argumentos razonables, sus compartimientos".

La telepatía, lo supe después, es muy común en la India. Cuando meditamos llegamos a los demás a través de la imaginación, pero, como todo don, es un acto de fe, en modo alguno verificable.

No hay un solo ser en el universo que pueda probar con hechos que lo imaginado es real.

La meditación, como la fe en que continuaremos vivos mañana, es una creencia.

La Marca de la Bestia


"¿Y no quieres comenzar una nueva religión con tus secretos?", me dijo aquella voz. "Después de todo, la gente ya está cansada de Jesús. ¿No es incluso Buda más popular en tu generación? Lo que el mundo necesita en un profeta que los ilumine".

Entretuve por algunos instantes aquellos pensamientos.

Por un breve instante la vanidad me aduló, pero mis lecturas y convicciones me alertaron.

¿Iba a echar por la borda todas las bendiciones que Dios me otorgaba a través de Jesús, su hijo más amado, y su madre, la Virgen María, la que nunca desdijo de él?

–¡No! –exclamé en voz alta.

"Mi único Dios es el salvador Jesucristo", pensé en el silencio imperante. "Si tengo algún don Él me lo ha entregado, pues Jesús es el Mesías, quien ha permitido esta última prueba antes de bendecirme.”

“¡Oh, Señor! ¡No permitas que el anticristo, la herejía arriana que posee a tu clero en Roma, me aleje de ti!".

El anticristo no es un ser humano específico, si bien está representado en la congregación por sus jerarcas, y en los países agiotistas y bancos por sus directores.

El anticristo, la bestia del 666, equivale a aquellos que codician el dinero, la fama y el poder y los controlan a sangre y conspiración, aún a costa de la condenación eterna, como prescribió Maquiavelo en “El Príncipe”. Las combinaciones de estas variables dan 6 posibilidades cada una, según la importancia y jerarquía que se conceda a cada una:



CONTROL DINERO FAMA PODER Anticristo / Alter ego mundano

DINERO 1 2 3 6

FAMA 1 2 3 6

PODER 1 2 3 6


Niños y adultos, ricos y pobres son manipulados en la ilusión de alcanzar alguna de las 18 posibilidades que rigen este mundo de mentira y desigualdad:


Las 18 Aspiraciones del Mundo

1 DINERO

2 DINERO Y FAMA

3 DINERO Y PODER

4 DINERO, FAMA Y PODER

5 DINERO, PODER Y FAMA

6 CONTROL DEL DINERO

7 FAMA

8 FAMA Y PODER

9 FAMA Y DINERO

10 FAMA, DINERO Y PODER

11 FAMA, PODER Y DINERO

12 CONTROL DE LA FAMA

13 PODER

14 PODER Y FAMA

15 PODER Y DINERO

16 PODER, FAMA Y DINERO

17 PODER, DINERO Y FAMA

18 CONTROL DEL PODER


Ejemplos de vida que el mundo admira

1 DINERO: Liliane Bettencourt (accionista de L’Oreal)

2 DINERO Y FAMA: Masayoshi Son (CEO de SoftBank Group)

3 DINERO Y PODER: Sheikh Tamim bin Hamad Al Thani (Emir de Catar)

4 DINERO, FAMA Y PODER: Elon Musk (CEO de Tesla y SpaceX)

5 DINERO, PODER Y FAMA: Oprah Winfrey (presentadora de televisión, empresaria)

6 CONTROL DEL DINERO: MS. KRISTALINA GEORGIEVA (DIRECTORA DEL FMI)

7 FAMA: Beyoncé (cantante y actriz)

8 FAMA Y PODER: Barack Obama (ex presidente de EE. UU.)

9 FAMA Y DINERO: Cristiano Ronaldo (futbolista)

10 FAMA, DINERO Y PODER: Rupert Murdoch (magnate de los medios de comunicación)

11 FAMA, PODER Y DINERO: Bill Gates (cofundador de Microsoft)

12 CONTROL DE LA FAMA: MARK ZUCKERBERG (CEO DE FACEBOOK)

13    PODER: Francisco I (Papa)

14    PODER Y FAMA: Angela Merkel (ex canciller de Alemania)

15  PODER Y DINERO: Michael Bloomberg (empresario y ex alcalde de Nueva York)

16    PODER, FAMA Y DINERO: Xi Jinping (presidente de China)

17    PODER, DINERO Y FAMA: Carlos Slim (magnate mexicano)

18   CONTROL DEL PODER: GEORGE SOROS (Financiero de ONGs)

El anticristo, bestia del 666, equivale a quienes ambicionan dinero, fama y poder, y lo defienden a sangre y confabulación, granjeándose el infierno en sus vidas. La inclusión del Papa obedece a las persecuciones a muerte que denunció en capítulos anteriores, como antaño las ejerciera públicamente la Inquisición.

Aquella noche de lucha contra las 18 cabezas de aquella hidra, oré inclinándome sobre alfombra mientras mi corazón era asediado por pensamientos de todos aquellos que me habían hecho daño alguna vez en la vida; mentiras, conspiraciones, trampas e incriminaciones.

Algunos creen que no hay nada malo en ser rico, famoso o poderoso en este mundo, pero ya Jesús indicaba que ningún rico, poderoso o famoso podría alcanzar la gracia divina a menos que se despojara de sus bienes. También he tenido épocas de prosperidad en mi vida, pero es tal mi compasión hacia los demás que invariablemente he invertido mi dinero en el bienestar de los demás, ya sea en montajes teatrales, películas o documentales que dan pan y trabajo a actores y cineastas pero sólo me dan pérdida; respondiendo a aquellos que me piden respaldo económico y regalando bienes como computadores cuando me lo solicitan. Hoy, en 2024, el Señor me indica que ese tiempo cesa ya con este escrito, pues sabemos cuán ventajosos son los hombres cuando saben que alguien es generoso o gusta de ayudar a los demás.

Porque, según el orden actual del mundo, para llegar a esas 18 cimas se requiere ser astuto, esto es mentiroso, engañar a colegas, romper ilusiones de otros y arrebatarles la oportunidad de allí situarse. Como escribe Mario Puzo como epígrafe de la novela de Mario Puzo “El Padrino”, citando a Balzac: “Detrás de cada gran fortuna hay un crimen”.

Este señalamiento no sólo del Anticristo, sino de la red de intereses que ejerce sobre nosotros hoy en el mundo, no lo ha pronunciado ningún filósofo, sacerdote, imán, rabí, yogui o gurú hasta hoy, y es porque por un lado todos ansían alguna de las 18 cabezas de la hidra que nos controla, y por otro temen que al denunciarlo sean aniquilados, como ya ha tratado de hacerlo infructuosamente conmigo en varias ocasiones.

Sólo aquellos que confían en Dios, como yo, Hugo Noël Santander Ferreira, no temerán a las 18 cabezas de la bestia.

Only those who trust in God, like me, Hugo Noël Santander Ferreira, will not fear the 18 heads of the beast.

 La misma Iglesia Católica fue estremecida por San Francisco de Asís, quien predicó la pobreza como salvación; su voz fue oída e hipócritamente archivada. 

Sólo al cabo de catorce días de meditación y soledad comprendería que aquella había sido una prueba de fuego, tras la cual el Señor me compensaría, como nunca jamás pensé merecerlo, por haber sido fiel a sus preceptos a lo largo de mi vida.

Mi retiro durante los meses de abril y mayo fue interrumpido por dos viajes breves. A finales de abril, Thomas, colega que profesaba la religión romana y quien me había recibido como a un hermano, me invitó a su casa en Kaniakumari, al extremo sur de la India, justo en donde se encuentra el océano Índico y el Mar Arábigo; compartí dos días con sus padres y sus hermanos, quienes también me invitaron a una boda junto al mar.

Niraj se enteró de mi viaje por mis fotos en Facebook y me reclamó por haberle dicho que durante mis días de meditación no viajaría. Así que acepté su invitación de viajar a Pondicherry, el balneario francés a las afueras de Chennai.

Tuve pocos amigos en India, pero siempre atendí a sus requerimientos con una generosidad que, lo sabía, no sería adecuadamente correspondida.

A Ponraj le obsequié una cámara digital de cumpleaños, pues, me decía, siempre había soñado con retratar a su bebé.

A Thomas lo invité a almorzar varias veces y luego una vez a la semana; a la postre me buscaba todos los días. Nunca pagó una cuenta, y nunca se lo exigí.

A Niraj lo conocí como actor de mi filme en cine de super 16mm “A Shortcut to India”. Me dijo que su sueño era actuar en Hollywood y que un astrólogo le dijo que lo haría de la mano de un director foráneo, por lo que cultivaba con esmero la amistad de varios directores de cine extranjeros.

Yo era el más reciente de todos. La verdad era que mi vida era holgada en Chennai. Otra sería la historia en Hyderabad, como más adelante relataré.

A Niraj le obsequié, antes de partir de Chennai, un computador, con el cual logró contactarse con directores de cine tamil, lo que le ha permitido sobrevivir como actor hasta hoy.

Sin embargo, también tendría amigos de la casta superior de la India: el señor Bergrana y su nieto Loki en Chennai. Lamentablemente resultaron ser más tarde falsos amigos, celosos de mis epifanías espirituales. En 2021 Loki me pidió que escribiera un guion sobre cómo acabar con la vida de Ashwatthama, el inmortal. Mientras lo escribía me di cuenta de que ellos en realidad me tomaban por Ashwatthama. Antes de escribir el acto final le pedí a Loki que me pagaran por mi trabajo y él no sólo me ignoró sino que también me insultó y me dijo que me iba a avergonzar ante el mundo entero.

Como tantas personas que deciden destruir a un profeta de Dios, murió algunos meses después tras sufrir una agonizante enfermedad. Su abuelo ya había fallecido en 2017.

Le dije a Niraj que no quería salir de casa, pero fue tanta su insistencia, a la puerta de mi apartamento, que acepté viajar por dos días. Fuimos, tomamos fotos y regresamos. Tal y como él lo esperaba, yo pagué todas las cuentas de aquel viaje. Mi mente no estuvo presente en aquellos parajes que ya había recientemente visitado, sino en mi alcoba. No oculté, al regresar, mi malestar por haber viajado contra mi voluntad, y pasarían varios meses antes de retomar nuestras conversaciones.

De vuelta a casa agradecía constantemente al Señor por su manifestación, llamándome tres veces, pero años de educación universitaria me persuadieron de relegar aquella experiencia a mi imaginación exaltada.

"Fue mi subconsciente", concluí trayendo a colación las tesis de un psicólogo francés, "el que procesó aquella información para entregarme el consuelo de una estampa de Jesús en mi cuarto".

El almanaque con la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, de hecho, no lo había colgado, pues carecía de herramientas; lo había recostado sobre una pared encima de mi espejo. 


 


Un habitante de Chennai soñó con tres credos unidos por la fe. Un sueño que el Rey de Reyes hará realidad con todos los credos del mundo


A pesar de haber racionalizado mis creencias, una creciente felicidad llenó mi ser, de tal forma que encontré deleite en la soledad, o, para emplear la frase de San Juan de la Cruz, en mi soledad en Dios.

Oraba por largas horas de meditación, y escribía sin césar páginas de mis novelas, cuyos escenarios saltaban caprichosamente entre Bishkek, (Kirguizistán), Londres, Manchester, Filadelfia, Oporto, Bucaramanga, Chennai y Bogotá.

Corté toda comunicación con el exterior, apagué mi celular y no volví a consultar mis correos electrónicos. Sólo llamaba al restaurante de la esquina hacia el mediodía, para ordenar mi almuerzo, el cual dividía en dos comidas.

Revisaba Facebook en las noches, en donde registraba, motivado por los problemas o alegrías de mis amigos, consejos inspirados en la sabiduría que la experiencia del mes anterior me entregara.

Fue allí en donde descubrí la canción de la Oreja de Van Gogh, Muñeca de Trapo.

Me atrajo desde un principio, y como toda canción que amamos, no dejé de oírla una y otra vez.

Su letra, sin que yo lo supiera, me estaba preparando para la experiencia sublime que tendría a principios de junio.

Mientras la escuchaba, veía claramente, representada en mi mente, que mis escritos eran rosas rojas y frescas que brotaban de mi pecho para flotar hacia sus futuros lectores.

Aquí el lector debe desvestirse de sus prejuicios sobre el bien y el mal, sobre la religión y el ateísmo, sobre el demonio y Dios, sobre lo imaginado y lo concreto.

Entramos a los misterios de Deméter, diría un griego antiguo.

Como todo texto poético, la palabra se independiza para adecuarse a las experiencias del lector u oyente, como Jorge Luis Borges prescribió en Pierre Menard, Autor del Quijote.

Aquella canción había sido –lo descubrí años después–, inspirada por la divinidad en un grupo español para que yo la escuchara justo aquellos días.

Era –entonces no lo sospechaba– Jesucristo quien, en su infinito amor, me cantaba a través de su voz.

Lo que escribo entre paréntesis es la interpretación que cobraría cada verso tras varios años de meditación a la luz de los eventos que viví en el 2011 y el 2012:


Como esos cuadros que aún están por colgar

(La imagen de mi corazón herido que reposa sobre tu armario)

Como el mantel de la cena de ayer

(Las comidas que entrego a tu mesa)

Siempre esperando que te diga algo más

(Además de mis llamadas a principios de abril)

Y mis sentidas palabras no quieren volar

(No te percatas aún de que te llamé por tu nombre tres veces)


Lo nunca dicho se disuelve en un té

(Mi voz se diluye en el escepticismo de tu educación)

Como el infiel dice nunca lo haré

(No esperan a que me manifieste más en este mundo)

Siento que estoy en una cárcel de amor

(Mi amor inexpresado hacia ti)

Me olvidarás si no firmo mi declaración

(Si no te habló con voz articulada)


Me abrazaría al diablo sin dudar

(Rompería todos los dogmas que se conocen sobre mí)

Por ver tu cara al escucharme hablar

(Por darte la felicidad de oírme)

Eres todo lo que más quiero

(A ti te amo)

Pero te pierdo en mis silencios

(Temo perderte por la opinión de las mayorías)


Mis ojos son dos cruces negras

(El mundo cree que estoy muerto)

Que no han hablado nunca claro

(Porque jamás les expliqué la eternidad)

Mi corazón, lleno de pena

(Mi Sagrado Corazón doliente)

Y yo, una muñeca de trapo

(Un muñeco crucificado en cuya presencia pocos creen)


Cada silencio es una nube que va

(Sufro por quienes sufren por creer en mí)

Detrás de mí sin parar de llorar

(Por quienes pierden la fe por mi silencio)

Quiero contarte lo que siento por ti

(Quiero hablar contigo)

Y que me escuche hablar la luna de enero

(Y que el mundo entero sepa…)

Mirándote a ti

(… que te elegí a ti)


No tengo miedo al fuego eterno

(Ya vencí a la muerte)

Tampoco a sus cuentos amargos

(Perdono incondicionalmente a quien se arrepiente)

Pero el silencio es algo frío

(Sé que sufres por mi ausencia)

Y mis inviernos son muy largos

(Sólo me recuerdan en tiempos de penuria)


Y a tu regreso estaré lejos

(Si no te hablo me alejarás)

Entre los versos de algún tango

(En las páginas de tus novelas)

Porque este corazón sincero

(El Sagrado Corazón de Jesús)

Murió en su muñeca de trapo

(Muere en un papel o un madero sin la fe absoluta de quienes me aman)


Hacia finales de mayo recibí una extraña llamada de Joseph, un joven pastor evangélico que había conocido en la sede principal de SRM a las afueras de Chennai, en Kattankulathur.

Durante los sesenta días en que habité allí conocí a muy poca gente, y en una de mis tardes solitarias fui hasta su capilla, la única cristiana, en donde lo oí predicar. Estaba en compañía de varios jóvenes y doncellas.

"Quiero participar de sus servicios", le dije. "¡Oh! ¡Desde luego!", me dijo con una voz tan distante que me amilanó.

Volví varias veces, y llegó incluso a darme su número de teléfono, pero siempre tenía a alguien más que atender, y en varias ocasiones en las que quise unirme a las actividades de su parroquia no contestó a mis llamadas.

Su repentina aparición era, por lo tanto, inesperada. "¿Cómo está, Noël?" me preguntó con su voz temblorosa por la emoción. "Lo hemos recordado estos días".

Supe que en sus oraciones, el Señor le había revelado que yo no era el solterón que había prejuzgado como una amenaza para su rebaño.

Pero mi soledad era tan placentera entonces que no quería ver a nadie.

Lo despedí con la verdad. "Estoy orando", le dije. "Prométame que me llamará", insistió.

"Algún día", le prometí. No he vuelto desde entonces a saber de él, pero no dudo que volveremos a encontrarnos.

El trabajo en India me lo ofreció el primero de mayo de 2008 el ingeniero Gopal Ramayana, un matemático que había ganado un concurso nacional en su adolescencia, lo que granjeó una beca en Harvard y un puesto en la Nasa.

"Admiro su obra", me dijo refiriéndose a mis novelas, mis películas y mis ensayos.

Sería decano de la Facultad de Cine y estaría a cargo de una estación de televisión.

Intrigas palaciegas prolongaron la contratación por dos años, y redujeron la oferta a la de docente asociado, con la posibilidad de estar a cargo de una estación de televisión.

La familia dueña de SRM University es, de hecho, muy acaudalada y poderosa en la India, y si bien Vikram, el hijo heredero, había aprobado mi contratación en la idea de que un académico occidental y libre pensador podría forjar mejor el carácter de los futuros artistas de su nación, los amigos de su padre, resistentes al cambio, confabularon para alejarme.

Así, cuando me confirmaron mi contrato a principios de agosto de 2010, el primer paso de los confabuladores fue el de negarse a presentar todos los documentos requeridos para mi visa de trabajo.

Tenía un tiquete para viajar a Chennai el 10 de septiembre, pero la embajada hindú de Bogotá se negó a otorgarme la visa por carencia de constancias, y aquel pasaje de dos mil dólares se desperdició.

Propuse entonces, dado que tengo también la ciudadanía francesa, y que India no exige documento alguno a los franceses –a diferencia de la decena de documentos que exigen a los colombianos–, que me permitieran viajar a París a diligenciar mi visa de trabajo.

Chennai aceptó y viajé a finales de septiembre.

Al día siguiente de mi llegada me presenté en la embajada, pero los diplomáticos ya tenían instrucciones de los confabulados de negarme la visa.

"Saldrá en uno o dos meses, si no requiere de más tiempo", me dijo la cónsul con una crueldad que me dejó pasmado.

No relataré aquí las vicisitudes que padecí hospedándome con los ahorros de mi vida en hoteles de Europa.

Fue, como ya escribí, la Virgen de la Medalla Milagrosa, ante cuyo santuario me arrojé suplicante, la que intervino para que recibiera el anhelado documento.

Al llegar, el semestre ya casi culminaba, por lo que me dieron dos meses para que me adaptara a la cultura local.

Siguiendo el precepto de un niño que sobrevivió a Auschwitz, le cogí amor a la comida hasta que me deleitó. ¡Hoy cuánto la extraño!

Aprendí el alfabeto Tamil de 247 símbolos y memoricé las frases elementales para sobrevivir.

Me hospedaron en una residencia para docentes de aquel campus, junto a su hermosa biblioteca, un tanto kitsch para el gusto occidental.

En realidad estaban escudriñando mi comportamiento; descubrieron que leía y escribía, tomaba una cerveza sólo de vez en cuando y fumaba los tabacos crudos tan populares y baratos en India.

La cita con Vikram, el heredero de aquella dinastía, fue programada para principios de diciembre.

Los confabuladores intervinieron de nuevo y mi chófer, que debía llegar a las tres de la tarde, no llegó a tiempo ni me contestó en su celular. Llamé inquieto a TV Rolan, quien me dijo con esa inocencia tan propia de quienes intrigan:

"Usted dijo que lo recogiéramos a las cuatro".

"¡Pero si la cita es a las cuatro!", repliqué.

"¿No me dijo que a las cinco?", insistió.

A pesar de mis protestas, mi conductor, Ponraj, tardó una hora en llegar.

"Disculpe, Sir", me dijo. "Me habían enviado a una zona en donde no hay buena señal de celular."

Afortunadamente Ponraj ya era mi amigo, en virtud de esa convención no escrita entre los hindúes, de ser sincero con quien es sincero con ellos.

"¡Vuele a Chennai!", le indiqué.

Y, en efecto, volamos por atajos hasta llegar al centro.

A pesar de los esfuerzos de Ponraj, llegué a mi cita con Vikram, el Vicerrector Universitario de SRM University, a las cuatro y media de la tarde, esto es, treinta minutos tarde.

Vikram me recibió caluroso, pero ya había conversado por media hora con Rimal, un caballero del norte de la India –lo que para los tamiles equivale a un extranjero–, a quien los confabuladores habían elegido para que estuviera a cargo de la dirección de la estación de televisión.

Rimal era, por lo demás, un maestro en hipnotismo.

Me sonrojo al escribir la anterior frase, pero así es la India: llena de misterios incomprensibles para la mente occidental. Así, cuando Vikram me preguntó sobre las razones de mi tardanza, y yo quise contarle las demoras por la ineptitud de TV Gopal, mi voz se secó, y tuve que hacer un gran esfuerzo por no toser.

¡No podía hablar! Rimal intervino rápidamente, pasando del inglés al hindú, que yo apenas conocía, y me redujo a ser un simple espectador mudo y sordo de su contratación.

Cuando, tras una breve oración a la Virgen (desde entonces sé cómo confrontar a estos gurús), recuperé mi voz, Vikram preguntó a Rimal si quería que yo lo asistiera en su estación de TV.

"¡Desde luego!", mintió con descaro, y sonriendo de oreja a oreja añadió: "En cuanto lo necesite, lo llamo".

De vuelta a mi residencia supe que el prometido cargo que me consagraría como profesional se reduciría a la docencia.

Había sido engañado de tal forma que había perdido no sólo mis ahorros, sino también mi apartamento en Bucaramanga.

Me tomaría cinco años recuperar lo invertido, pero mi contrato vencía a finales de octubre.

"¿Cómo puede haber gente tan perversa?", pregunté al Señor acongojado. "Al menos", me consolé, "habré conocido la India". Y recité los versos que había compuesto durante mi tortuosa estancia en París:


Si sufres una injusticia,

Apoya tu pecho en Jesucristo,

Deja que tus lágrimas se mezclen con las suyas


Kattankulathur era en realidad un poblado construido alrededor del campus de SRM University; allí quedaba la Facultad de Comunicaciones.

A mediados de diciembre conocí el nuevo campus adquirido en Chennai, en donde se había instalado la primera escuela de cine universitario en India.

"¿En dónde quiere enseñar?", me preguntó TV Rolan días después. "¿En Kattankulathur o en Chennai?".

Sin dudarlo dije que en Chennai. El campus de cine quedaba cerca de los grandes estudios, cafés, teatros y cinemas.

Los confabulados querían, no obstante, que yo tuviera el más mínimo contacto con los estudiantes, razón por la cual, al comenzar el semestre, cuando fui a conocer mi oficina, me enseñaron un salón hacinado y sin ventana, sin aire acondicionado y apilado de equipos de luces.

Me dieron cuatro cursos, entre ellos el de documental, pero en cuanto vieron mi documental sobre Manatí decidieron que era demasiado subversivo y me redujeron a dirección de cine, historia del cine y guion. Entonces, en abril, como ya escribí, me dejaron solo en aquel campus desierto.

Los confabulados esperaban que me aburriera y abandonara la India en uno o dos meses; la locura era también una posibilidad. ¿Cuántos hombres soportan cuatro meses encerrados sin contacto alguno con el mundo?

Años después comparé aquella experiencia a la de Aladino y la Lámpara Maravillosa. Un malvado Visir envía a Aladino a una cueva para que le entregue un anillo.

Aladino obedece, pero el Visir lo encierra, condenándolo a una muerte segura. Ni Aladino ni el Visir sospechaban que entre los tesoros de aquella cueva encontraría al mayor de los dones.

Y así, tras dos meses de meditación y soledad, a mediodía del primero de junio del 2011, el Rey de Reyes, el Señor Jesús Resucitado, se manifestó en toda su majestad en mi humilde morada, en el centro de Madrás.


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