Capítulo uno: El puño de Hierro de Agamenón Petrovsky - Superhéroes Espirituales

Proemio


En la expansión empapada de neón de Nueva Shanghai, la metrópolis más poblada de Júpiter, Descartes se acurrucó con su equipo en un apartamento estrecho que apestaba a comida para llevar dudosa y sueños adolescentes. A los veinte años, era el profeta más joven, su rostro aún estaba grabado con la rebelde inocencia que el régimen opresivo de Saturno intentaba aplastar. Pero el desafío ardía en sus ojos, un fuego silencioso alimentado por años de miradas robadas a textos prohibidos y susurros de rebelión.

Esta noche, sin embargo, su rebelión no se limitaba a manifiestos gastados. Descartes y sus tres compañeros, Maya, Kai y Jin, eran Meditaciones, un término susurrado con reverencia y miedo en la clandestinidad del universo. A través de un riguroso entrenamiento espiritual, habían alcanzado la gracia divina, y subsistían como emisarios del cielo y la tierra, en la frontera misma entre la realidad y el plano etéreo. Esta habilidad clandestina los convertía en superhéroes contra la amenaza que se avecinaba: un aquelarre de brujas y hechiceros rebeldes que, impulsados por un pacto oscuro con el tiránico Comandante Agamenón Petrovsky de Saturno, pretendían sumir a Júpiter en una sangrienta guerra civil.

Su enemigo no era una banda heterogénea de fanáticos. Estos hechiceros, liderados por la enigmática sibila Lilith Morwen, manejaban magia prohibida, sus susurros eran capaces de retorcer mentes e incitar disturbios. Su objetivo: coronar a un rey títere, a la despiadada senadora Oldgin, y convertir a Júpiter en un peón en el juego insaciable de Saturno por el dominio galáctico.

Descartes ajustó la copia gastada del "Discurso del método" metida en su mochila, un escudo endeble contra las fuerzas a las que estaban a punto de enfrentarse. Esta noche, no eran solo adolescentes con una causa. Eran la primera línea de defensa, un rayo de esperanza contra una marea creciente de oscuridad. Al entrar en un estado meditativo, las luces de neón parpadeantes de Nueva Shanghai se disolvieron, reemplazadas por la escalofriante certeza de que esta no sería solo otra noche de rebelión. 

Desconectó los sistemas eléctricos y de información de su apartamento y aseguró con cerrojo sus puertas y ventanas, apenas dejando encendido el aire acondicionado. Se sentó en la posición de media flor de loto en su oratorio, frente a la imagen de su divinidad. 

Continuaría su lucha por el alma dela humanidad.

Capítulo uno: El puño de Hierro de Agamenón Petrovsky - Superhéroes Espirituales


El año es 3,424. Anuncios de neón pulsaban una bienvenida chillona a los viajeros cansados que llegaban a Filadelfia-Saturno, la capital en expansión que asfixió la vida del paisaje saturnino, alguna vez próspero, hoy semiabandonado. Arcos de inmensa altura rozaban el cielo perpetuamente nublado, su brillo metálico un recordatorio constante del nuevo orden. Miles de sombras de pequeñas naves espaciales creaban una sensación incesante de movimiento en el suelo. Atrás quedaron las vibrantes ciudades-estado autónomas del pasado de Saturno. Ahora, un solo puño de hierro agarraba al gigante gaseoso: el Comandante Agamenón Petrovsky.


Agamenón Petrovsky, un hombre cuya despiadada ambición era tan vasta como el planeta que gobernaba, había llegado al poder con el respaldo del Sindicato, una red oscura de corporaciones que durante mucho tiempo había codiciado los inmensos recursos de Saturno. Con su poder financiero y sus operaciones encubiertas, habían ayudado a Agamenón Petrovsky a derrocar a los gobiernos anteriores fragmentados, uniendo a Saturno bajo un solo estandarte brutal. 

Lilith Morwen, líder africano-venusina del Espiritualismo Histórico, una secta neo-socialista que amalgamaba diversas creencias heterodoxas, se encontraba en el cenit de su influencia cuando orquestó un elaborado ritual para transferir el poder de Saturno a Petrovsky. 

Morwen, famosa por su prontuario contra la humanidad (secuestros, asesinatos de jueces y financiación de campañas con dinero del hampa), había logrado evadir todos los cargos y salió no sólo ilesa sino también multimillonaria.

Su estrategia: victimizarse y tapar sus atroces actos contra la ya extinta clase media saturnina con dulces palabras. Ante sus jueces argumentó que sus secuestros eran actos de amor, extorsionando a los capitalistas que explotaban a los pobres con salarios exiguos. Justificó los asesinatos como errores, confundiendo a las víctimas con los criminales. En cuanto al dinero del hampa, lo atribuyó a su peculiar amor por el mundo criminal, una forma de luchar por la honestidad, la vida y la paz.

¿Cuánto tiempo seguiría Morwen evadiendo la justicia? Esa era la pregunta que rondaban muchas mentes, esperando que algún día la verdad saliera a la luz y ella pagara por sus crímenes.

Físicamente, Morwen era una figura sorprendente. Alta y esbelta, se movía con una gracia etérea, sus movimientos deliberados y elegantes. Sus largas y vaporosas túnicas, adornadas con intrincados símbolos y sellos místicos, la arrastraban como un altar intimidantemente vivo. Su imagen contrastaba con sus acciones. Una mujer que predicaba el amor y la paz, mientras perpetraba masacres. Una figura angelical que escondía el alma de los sagrados sacerdotes que sacrificaron a Jesús, Dios que no dudaba citar como su mayor inspiración. ¿Cómo había logrado escapar del castigo, demandar al Estado y ser recompensada con millonarias sumas de créditos? Su carisma y su capacidad para manipular la opinión pública la hacían intocable. La masa de lacayos a su servicio, pseudointelectuales y artistas que denostaban de la verdad y el bien como un discurso “subjetivo” que sólo servía al más astuto opresor, la adoraba como “La máxima víctima”, “la mártir del perdón del hampa y la impunidad”, ignorando las fehacientes pruebas de sus crímenes, y desatendiendo la masa de heridos y muertos que clamaban justicia.


Los ojos penetrantes de Morwen, del color de mares tormentosos, parecían guardar los secretos del universo en sus profundidades. Irradiaban una sabiduría sobrenatural. Su voz, rica y melodiosa, exigía atención, resonando con una autoridad nacida de años de exploración espiritual e iluminación.

A pesar de su serenidad exterior, había una intensidad en Morwen que desmentía su comportamiento calmado. Poseía un intelecto feroz y una determinación implacable para lograr sus objetivos, sin importar el costo. Detrás de su sonrisa enigmática se escondía una mente afilada como una daga, capaz de atravesar el velo de la realidad para vislumbrar las verdades que se encuentran más allá.

El ritual más notorio de Morwen, planificado meticulosamente durante meses, tenía un único objetivo: consolidar el poder político de Petrovsky. Aprovechando la astrología y las oscuras relaciones de la secta con el bajo mundo, Morwen y sus seguidores crearon una atmósfera propicia para la transferencia de poder. Se rumoreaba que el ritual incluía ofrendas a Moloch, la deidad espartana asociada con la guerra y el sacrificio.

El momento elegido fue el apogeo del poder político de Petrovsky, justo después de haber ganado las elecciones mediante fraude y manipulación. Morwen, ataviada con sus ropas ceremoniales, se erguía en el centro del altar, rodeada por sus devotos. Petrovsky, también vestido con atuendos ceremoniales blancos, se encontraba frente a ella, listo para recibir el poder de Saturno.

Con el inicio del ritual, Morwen comenzó a entonar cánticos en un idioma desconocido para sus seguidores. La atmósfera en la sala se cargó de energía, y los presentes comenzaron a sentir una mezcla de emoción y expectación. Cuando los cánticos alcanzaron su punto álgido, Morwen elevó sus manos y comenzó a canalizar el poder de la oscuridad infernal de Saturno hacia Petrovsky.

Este sintió una oleada de poder recorrer su cuerpo. Se sentía más fuerte, más seguro y más determinado que nunca. Sabía que ahora estaba listo para liderar el movimiento del Espiritualismo Histórico y para dar inicio a una nueva era de egoísmo y crueldad a nombre de la paz y la bondad.

El ritual fue un éxito. Morwen había logrado transferir el poder de Saturno a Petrovsky, ungido líder del Espiritualismo Histórico. Con este nuevo poder, Petrovsky estaba decidido a dominar el universo, conduciendo miles de almas a las entrañas de la nada. 

Los ojos penetrantes de Morwen, del color de mares tormentosos, parecían albergar los secretos del universo en sus profundidades. Irradiaban una sabiduría infra natural, un indicio de las innumerables pesadillas y crímenes que había protagonizado. Su voz, rica y melodiosa, exigía atención, resonando con una autoridad nacida de años de exploración espiritual e iluminación.

A pesar de su serenidad exterior, Morwen era una mujer de una intensidad que desmentía su comportamiento calmado. Poseía un habilidad feroz para mentir y una determinación implacable para lograr sus objetivos, sin importar el costo. Detrás de su sonrisa enigmática se escondía una mente afilada como una daga, capaz de cortar a través del velo de la realidad para manipular las verdades a su antojo.

La posesión de Petrovsky también desencadenó una ola de cambios y conflictos. Las consecuencias de la encarnación infernal resonaron en toda la galaxia, reviviendo el marxismo y a sus seguidores parásitos, no como un partido político, sino como una religión. Petrovsky, ahora imbuido del poder de Saturno y del espíritu de Moloch, se convirtió en una figura omnipresente. Su imagen aparecía en todos los congresos intergalácticos, en donde despilfarraba millones de créditos en periodistas, entrevistas vanidosas y propaganda, como si Saturno fuera no el más pobre y desvalido planeta, sino el más prestante de todo el orbe. Su voz resonaba en las calles y su espurio mensaje de paz y prosperidad era difundido por sus seguidores en las redes. 


El dinero es para quien lo necesita!" se convirtió en el lema engañoso de Petrovsky y su partido naciente, el neosocialismo, la inspiración ideológica del Espiritualismo Histórico.

El primer acto de Agamenón como gobernante fue la eliminación rápida y brutal de la propiedad privada. Todo –desde las inmensas arcologías hasta las vastas cubas agrícolas que alimentaban a la población joviana– pertenecía al estado, o más exactamente, al propio Agamenón Petrovsky. 

Su segundo mandato fue la creación del formidable Ministerio para Objeciones Antidemocráticas y Únicas Rebeldes, MADURO, dirigido por dos radicales socialistas implacables, los hermanos Wally.

Ivanoff y Progrev Wally eran figuras conocidas en la red de seguridad de Saturno, sus nombres sinónimos de un puño de hierro que aplastaba cualquier disensión. La mera mención de ellos enviaba un temblor a través del aire, un recordatorio silencioso de la amenaza siempre presente que pendía sobre su rebelión.

Ivanoff era un hombre esculpido en granito. Sus anchos hombros, cubiertos con un uniforme gris perpetuamente arrugado, parecían llevar el peso del régimen en sí mismo. Su rostro, grabado con líneas profundas que hablaban de una vida dedicada a hacer cumplir el orden, estaba dominado por una nariz afilada como la de un halcón que parecía olfatear disidencia perpetuamente. Sus fríos ojos grises, carentes de cualquier calor, escudriñaban cada habitación a la que entraba, dejando a aquellos lo suficientemente desafortunados como para encontrarse con su mirada sintiéndose como insectos bajo un microscopio. La forma en que se mantenía, erguido con una mueca perpetua, proyectaba un aura de poder absoluto y una completa falta de tolerancia hacia cualquier desviación del orden establecido. Era un hombre que exigía obediencia, no respeto.

Progrev, en marcado contraste, era una figura de energía nerviosa. Su delgado cuerpo, envuelto en un traje negro meticulosamente confeccionado, parecía estar perpetuamente en movimiento. Su rostro, encuadrado bajo una juvenil caballera en una máscara metálica que le servía como protector magnético, sobresalía por una nariz grande y aguileña y unos ojos inquietos que se movían por la habitación como un animal atrapado buscando escape, traicionaba un constante trasfondo de ansiedad. A pesar del traje costoso, había un destello maníaco en sus ojos y un tic en sus labios que hablaba de un hombre al límite, aferrándose al poder con dedos desesperados. Cada uno de sus movimientos, desde la forma en que jugueteaba con una cadena de oro alrededor de su cuello hasta la forma en que hablaba en ráfagas rápidas, traicionaba una inseguridad que lo consumía, un implacable ejecutor, sí, pero uno impulsado por el miedo en lugar de la convicción.

La gente se apiñaba en sus estrechos aposentos, los susurros reemplazaban la conversación abierta. El vibrante tapiz cultural de Saturno, una vez un caleidoscopio de tradiciones y creencias, se desvanecía rápidamente bajo el puño de hierro de Agamenón Petrovsky. Sin embargo, bajo la manta sofocante del miedo, permanecía un destello de desafío. Los susurros se convirtieron en conversaciones en voz baja, historias de libertades pasadas intercambiadas en la noche.

 

Mientras tanto, el resto del sistema solar observaba con la respiración contenida. La consolidación del poder de Agamenón Petrovsky fue un temblor que se sintió en toda la extensión celestial. Júpiter, el vecino más cercano de Saturno, una belleza gigante que alberga secretos bajo su atmósfera turbulenta, era visto como el próximo objetivo obvio. ¿Agamenón Petrovsky, con su cofre de guerra rebosante de las riquezas anilladas de Saturno y su ejército reforzado por los despiadados mercenarios del Sindicato, intentaría expandir su imperio? ¿O dirigiría su mirada hacia afuera, hacia lo vasto desconocido más allá de Plutón?

La respuesta, como una tormenta que se gesta en un gigante anillado distante, colgaba pesada en la negrura del espacio. En los bulliciosos puertos espaciales de Marte, los susurros de guerra se mezclaban con el clangor del metal y el rugido de las naves espaciales que partían. En las domadas llanuras de hielo de Plutón, los astrónomos dirigían sus telescopios hacia Júpiter, con el corazón lleno de un pavor tan frío y vasto como el cosmos mismo. La extensión del sistema solar, una vez pacífica, se encontraba al borde de una nueva era, una era en que el puño de hierro de Saturno sería confrontado por un puñado de profetas, todos ungidos por el Creador al mismo tiempo en diferentes planetas, por bendición de, ¡Oh, sacrilegio!, cinco distintas divinidades. 


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