Los aires cosmopolitas de Tailandia

La cultura de Tailandia es refinada. No existe un mejor calificativo para una nación que venera a su monarca sobre todos los seres vivientes, que subvenciona el budismo con la pasión que nuestras culturas occidentales solo conocieron en el medioevo, y que es liberal a la par que conservadora en cuanto a sexualidad. En Tailandia hablar de la intimidad en los tonos bombásticos que emplean los periódicos occidentales es simplemente inconcebible.


Es agotador caminar por los monumentos atestados de comerciantes que escenifican todo tipò de artimañas para obtener dinero de los turistas; por contraste, elogiar la comida Tailandesa suena a redundancia; nada más agradable que comprar una sopa de fideos con comida de mar y jalopeños en las tiendas ambulantes de la calle. Las sorpresas culinarias acechan en cada esquina de Bangkok, como el plato dulce con hielo, leche y trozos de gelatina prensada al que me he vuelto adicto después de mis comidas.

En Tailandia, la cultura se despliega,
refinada y profunda como el mar,
donde el monarca brilla en su altar,
y el budismo en pasión el alma empieza.

Las raíces en el medioevo arraigan,
subvencionando creencias con fervor,
occidentales envidia su ardor,
años atrás, en sombras, nos doblegan.

Liberal y conservadora a un tiempo,
Tailandia abraza su identidad,
y en sexualidad, en su variedad,
un equilibrio hallamos sin extremo.

Hablar de intimidad con tonos hinchados,
como hacen los periódicos del Oeste,
es aquí inconcebible, es un gesto celeste,
en esta tierra de modos comedidos.

Caminar por monumentos abarrotados,
comerciantes ingeniosos buscan ganancia,
travesías agotadoras en bonanza,
de tesoros y souvenirs colorados.

Mas la comida tailandesa, ¡oh delicia!,
elogio que en redundancia se diluye,
sopas de fideos, sabores que fluyen,
en calles donde la vida se inicia.

Ambulantes puestos en Bangkok resplandecen,
sorpresas culinarias en cada rincón,
platos dulces con hielo, sensación,
gelatina prensada en sabores crecen.

Así, en Tailandia, se teje una historia,
donde cultura y sabores danzan,
bajo el sol radiante que avanza,
en tierra donde el encanto es su gloria.

En las poltronas acolchonadas de las calles,
donde el ajetreo y el bullicio se desvanecen,
se despliega el arte de manos que engrandecen,
masaje divino que a los pies ensalzan.

Los dioses mismos parecen susurrar,
en cada roce, en cada presión medida,
cansancio y tensión se tornan vida,
bajo esas manos expertas que saben amar.

Me sumergí en un sueño profundo y dulce,
mientras los pies eran acariciados con esmero,
un masaje que parecía un hechizo sincero,
en Tailandia, la paz y el placer se traducen.

Oh, dulce descanso en medio del bullicio,
donde las manos danzan como brisa suave,
y llevan a la mente a un rincón donde cabe
solo el regocijo en un sueño beneficio.

Así, en esas poltronas en la vía,
experimenté un masaje de los dioses,
donde el tiempo se detiene y uno se pierde,
en un éxtasis sereno que el alma guía.

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