Discurso Fúnebre a Rafael Ferreira

Si es cierto que cada comunidad progresa por el empeño y esfuerzo de sus conciudadanos, también lo es que dicho progreso sólo adquiere sentido al ser avalado por sus ciudadanos más honestos, ese grupo reducido de hombres que censuran los excesos y enaltecen la virtud, aprueban el trato justo y desprecian los sobornos y las prebendas. Rafael Ferreira, mi padre, fue y será uno de los baluartes más preciados de nuestra comunidad. En este día tan solemne estamos reunidos en comunión para recordar y agradecer a ese hombre honesto, trabajador y sincero, arquitecto espiritual de lo que ya es Barichara, una comunidad tan universalmente admirada no sólo por su diseño colonial y su paisaje de terracota, sino por el empuje, la moral y la sencillez de su gente.

Su vida, de la cual fuimos todos partícipes, abunda en detalles de heroísmo. Siendo pequeño se las ingenio para comprarse un par de alpargatas, en una época en que andar descalzo era la regla en el campo; su padre lo castigo duramente entonces por su inciciativa. Y alguna vez, siendo pequeña, estuvimos él y yo de pie bajo la lluvia frente a una hacienda, al cobijo de un naranjo esquelético, esperando en vano a que el dueño de la hacienda nos diera permiso para guarecernos. Y todos recordamos su entereza cuando uno de sus protegidos lo traicionó propiciando un atentado contra su vida, así como su estoicismo a lo largo de su enfermedad durante estos últimos años.

Porque papá era hecho de un metal tan resistente que podría soportar cualquier ultraje sin emitir palabras de venganza o resentimiento. Él era uno, como pocos, capaz de encarar las dificultades con donaire, incluso con cierto aire de despreocupación. Su carácter era duro e indomable, y ya se sabía en el pueblo que no era conveniente estar cerca de él cuando se arremangaba su camisa; pero la inflexibilidad no era su credo; por el contrario, fue un hombre práctico cuando las circunstancias así lo exigían, lo que valió convertir en ganancia varios de los reveses que sufrió a lo largo de su larga vida.

Era, sobre todo, un padre que se esmeraba por responder ante sus hijas. Tuvo debilidades, como cada hombre, y no estuvo exento de reproches; aún así, siempre supo ganarse el cariño de su progenie. Sus decisiones eran respetadas no sólo por su autoridad, sino principalmente por su congruencia y sentido común.

De él siempre recordaré su respeto hacia los demás; evitaba la burla y sabía como resaltar las virtudes de cada uno de sus conocidos.

Sus últimos días los pasó en el ancianato que él mismo ayudara a construir en sus años mozos.

Hasta la eternidad Papá.

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