Colombia y Venezuela, unidas por un bienestar común
Las opciones son un paso entre Escila y Caribdis: la guerra sin cuartel contra una guerrilla asociada a los carteles de droga mejicanos o el cumplimiento de los acuerdos firmados ante invitados internacionales por el Premio Nobel de la Paz; en ambos escenarios los gastos serían onerosos, por lo que el presidente Duque, haciendo uso de su sentido común, podría inclinarse por la segunda opción. Como en los gobiernos de Pastrana y Santos, su mejor solución parece ser la diplomática: un refinanciamiento de la deuda externa por el FMI y el Banco Mundial, sin descartar una ayuda económica de USA. El mayor obstáculo reside hoy en la erradicación de las plantaciones de coca, requisito fundamental para el apoyo de los Estados Unidos. La esperanza de los cocaleros podría ser la recientemente enunciada por el Senador Gustavo Bolívar: que la cocaína fuese legalizada en Colombia y desde aquí en la sociedad globalizada, esperanza que no deja de ser una ilusión, por cuanto los estudios científicos señalan los efectos nocivos de dicha sustancia adictiva, preámbulo de la desaprobación unánime por parte de la Organización Mundial de la Salud.
El actual gobierno enfrenta además el problema de la inmigración venezolana, la cual acarrea, paradójicamente, tanto ventajas como desventajas: por una parte el carácter emprendedor de los inmigrantes, capaces de fundar nuevas empresas y de emular la creatividad y el ingenio local; por otra parte la llegada de socialistas adoctrinados en el credo chavista, quienes consideran un empleo como un sinónimo de esclavitud y esperan que el Estado colombiano supla sus necesidades básicas, aquellas que el quebrado estado venezolano ya no puede realizar. Duque podría, no obstante, aprovechar este problema, pues cuenta con el consenso internacional de los medios de comunicación sobre la crisis venezolana -contrariando las arengas de Maduro y su cortejo-.
Acogiendo a millones de venezolanos, el gobierno actual tiene voz y autoridad para solicitar inversiones extranjeras que fortalezcan la economía colombiana. El colapso de aquel apéndice del castrismo latinoamericano está cerca, ora por un coup d état, ora por una intervención de USA. El levantamiento popular venezolano ya demostró haber sido neutralizado por los eficientes consejos del servicio de inteligencia y represión cubano, una copia de aquel instaurado por Lenin y perfeccionado por Hitler y Stalin.
Un cambio de gobierno en Venezuela demandaría no sólo una reconstrucción de su economía, sino así mismo una reforma educativa que transforme a la dependiente Venezuela chavista - acostumbrada a subsidios y relaciones de amo-esclavo entre votante y gobernante-, en una economía autónoma y emprendedora. Los valores del iluminismo expuestos por Kant, tales como la renuncia a mesías de barro que tomen decisiones por ellos, ya demostraron ser parte del temple colombiano en las pasadas elecciones presidenciales; cierto, las regiones más atrasadas de Colombia fueron precisamente las más expuestas al populismo, y su desarrollo es también apremiante. Colombia podría, de hecho, asumir un rol similar al que la Alemania Federal brindó a la Alemania Democrática tras la caída del Muro de Berlín: exportar su industria, su economía y su carácter para la reconstrucción de Venezuela. hsantand@yahoo.co.uk
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