Las Razones De Ser de Hamlet, una refutación del Suicidio según Shakespeare
Hoy que los
jóvenes tienden a perder su identidad en una masa que protesta, o en el
pensamiento de un líder social que lamenta no haber cambiado el mundo, Hamlet
continua reivindicando, en la adolescencia de todos los hombres y mujeres, el
derecho a la independencia, la unicidad, la libertad, la rebeldía y, sobre
todo, la voluntad de existir. Tras las
tragedias que expiaban la hybris de las familias griegas, tras la
colectivización de las etnias que conformaron el imperio romano y tras la
fraternidad de la iglesia medieval, Shakespeare y Cervantes formalizan el carácter
individual en la literatura. Cuando Rosencrantz y Guildestern abordan a Hamlet
para averiguar la causa de su melancolía, el Príncipe les contesta que jamás
arrancarán el corazón de su misterio: (1:20:04 a 1:21:23)
HAMLET
¿Me leerías un pasaje
de este
libro?
Guildenstern ojea los caracteres
griegos y perplejo mira a
Hamlet.
GUILDENSTERN
No, no puedo.
HAMLET
Te lo ruego.
GUILDENSTERN
Créeme, no puedo.
Hamlet levanta el arma y apunta
entre los ojos de
Guildenstern.
HAMLET
Te lo suplico.
GUILDENSTERN
No conozco ninguna de
estas
letras, mi señor.
HAMLET
Pero si es tan fácil
como mentir;
gobierna la grafía con
tus ojos,
y este libro se abrirá
en su
música más elocuente.
GUILDENSTERN
Pero yo no puedo
obligar este
texto a ninguna
elocución de su
armonía. No dispongo de
esa
habilidad.
HAMLET
¿Cómo? ¡Fíjate qué cosa
tan
indigna haces de mí!
Tú, que
juzgarías sobre mí; tú,
que
aparentarías saber de
mis
descansos; tú, que me
harías
hablar desde mi nota
más baja
hasta el clímax de mi
compás. Y
hay tanta música, tanta
excelencia
en estas páginas. ¡Por
las llagas
de Cristo! ¿Cree usted
que soy más
fácil de leer que un
texto en
griego antiguo? Llámeme
el
instrumento que usted
quiera,
aunque pueda manosearme, jamás
podrá leerme como a un
libro.
Guildenstern lanza el libro a los
pies de HAMLET y se aleja
corriendo.
HAMLET
(continúa; gritando)
¡Nadie arrancará el
corazón de mi
misterio!
Hamlet es el príncipe que se niega a actuar como un príncipe;
como Santo Tomás sabe que el hombre es un ser que alberga todos los talentos, y
su mayor frustración es descubrir en su amada Ofelia y en su posible suegro
Polonius, las características propias al hombre y a la mujer de mundo: cautelosos
al hablar, aduladores, complacientes, oportunistas, aparentemente pacientes y
felices. Mientras que la educación universitaria es, sobre todo, una educación
en el arte de la hipocresía o, como lo diría Rochefocault, en el arte de encerrar
el propio desasosiego dentro del corazón, Hamlet elige, por contraste, la
locura, y, a partir de ella, el desenmascaramiento no sólo de la farsa de sus coetáneos,
sino así mismo de su frivolidad. En el diálogo que sostiene con sus antiguos
amigos de colegio, Rosencrantz y Guildestern, Hamlet tortura a la audiencia con
su franqueza sobre su melancolía, y su desprecio por aquellos que, como la
mayoría, se ejercitan en el arte de la mentira: (48:47
a 51:37)
HAMLET
¿Por qué? Nada que no sea al
propósito. Ustedes,
cuyas
modestias no tienen la
habilidad
necesaria para colorearlo.
Conozco
a los dueños de la
compañía y fue
el presidente, mi tío,
quien las
mandó llamar.
Rosencrantz y Guildenstern se
miran entre sí.
ROSENCRANTZ
(furiosa)
¿Con qué fin?
HAMLET
Que ustedes me
adoctrinen. Pero
permítanme conjurarlos por los
derechos de nuestra
camaradería,
por la consonancia de
nuestra
juventud, por la
obligación de
nuestro amor siempre
preservado,
y por lo que quiera que
sea más
querido por un
proponente más
hábil que los presione
con todo,
sean llanas y directas
conmigo
sobre si fueron
enviados o no.
ROSENCRANTZ
(to
Guildenstern)
¿Qué dices?
HAMLET
¡No! Entonces, ya tengo
un ojo
tuyo. Si me
aman, no lo retengan.
GUILDENSTERN
Señor mío, fuimos
enviados.
HAMLET
Les diré el porqué; así
mi
anticipación
prevendrá su
descubrimiento, y el
secreto entre
ustedes y mis
padrastros no será
manchado de traición.
Últimamente,
si bien desconozco la
razón, he
abandonado el hábito de
mis
ejercicios, he perdido
mi gozo, y
de con un impacto tan
pesado para
mi constitución, que
este cuadro
óptimo, la tierra, no me parece
sino un promontorio
baldío. Este
excelente pabellón, el
aire,
mírenlo, este
firmamento
sobreimpuesto y bravío,
este
cielorraso majestuoso
bruñido de
fuegos dorados, ¿por
qué? no es
para mí otra cosa que
una sucia y
pestilente congregación
de
vapores. ¡Qué obra de
arte tan
grande es una mujer!
¡Qué tan
noble en su
razonamiento! ¡Qué tan
infinita en su
facultad! En forma
y movimiento, ¡qué
expresiva y
admirable!¡En acción es como
un ángel! ¡En aprensión es
como un Dios! ¡La belleza del
mundo! ¡El parangón de
los animales! Y aún
así, ¿qué es
esta
quintaesencia de arcilla? La
mujer no me deleita...
Hamlet es, de hecho, el personaje más metafísico de
Shakespeare; cuándo él se pregunta qué es el hombre, su voz mismo responde que
un pensamiento con un cuarto de sabiduría y tres de cobardía. Como Descartes en
sus Meditaciones, Hamlet considera que la mayor prueba de su inmortalidad es su
sensación de ser un pensamiento inalterable. Como cualquier joven, Hamlet se
pregunta sobre la naturaleza de Dios y la inmortalidad, y, como Kant, reconoce
su incapacidad de demostrarlo o refutarlo, razón por la cual acepta ambos
conceptos, pues “ en aquel letargo de la muerte,
¿qué sueños tendré cuando me haya liberado de este tumulto mortal?”.
Siglos antes que Camus cifrase el principal problema
filosófico en el Mito de Sísifo, bajo el interrogante de si la vida vale la
pena[1],
Hamlet se pregunta si es mejor vivir o no vivir: (7:28
a 8:55)
“Ser o no ser: ese es el
dilema: si
acaso es más noble para
el
espíritu el sufrir las
piedras y
dardos de la ultrajante
fortuna,
o el tomar las armas
contra un mar
de problemas para
oponiéndose
acabar con ellos. Morir: dormir:
nada más; y con un
sueño decir que
acabamos la congoja y
las miles de
decepciones que la
carne hereda.
Esta es una consumación
devotamente deseada.
Morir,
dormir, dormir, tal vez
soñar.
¡Ay! Aquí está el
problema. Pues
en aquel letargo de la
muerte,
¿qué sueños tendré
cuando me haya
liberado de este
tumulto mortal?
Me daría la paz. Este es el
respeto que prolonga
tanto la
calamidad.”
La mayor batalla del Príncipe de Dinamarca es, de hecho, por la
prolongación de su existencia; condenado por el deber y el honor a vengar a su
padre asesinado, la vida de Hamlet hubiera sido breve, en razón de su carácter
melancólico y rebelde. Pero es en la misma calamidad de su venganza, en donde
Hamlet encuentra las razones para existir, procrastinando su muerte por varios
años. Hamlet descubre, a través del teatro, que no hay existencia sin heroísmo,
ni sufrimiento sin sentido. Shakespeare ya lo había anunciado en Como Gustéis:
“Todo el mundo un escenario, y todos los hombres y mujeres meramente actores.” También
Camus, en el grito final de su Calígula expresó la razón de ser de una
existencia llevada al límite de la provocación: “Je suis encore vivant!” (“¡Aún
estoy vivo!”).
Analicemos el monólogo central de la obra no cómo un memorial
de agravios, sino como un compendio de las luchas que, tras renunciar al
suicidio, la mayor parte de la humanidad ha de librar a lo largo de su existencia:
(8:56 a 9:32)
“A no ser
así,
¿soportaría acaso los azotes y los
desplantes del tiempo? ¿Las
equivocaciones del opresor? ¿La
arrogancia del soberbio? ¿Las
penas del amor despreciado? ¿La
insolencia de los burócratas y el
menosprecio que el mérito más
paciente soporta del hombre ruin,
cuando yo mismo podría alcanzar mi
tranquilidad con una simple
navaja? ¿Quién asumiría tantos
fardos? ¿Quién gemiría y
transpiraría bajo una vida
agobiante, a no ser por el temor
de un algo después de la muerte?”
El temor que Hamlet
manifiesta por la vida después de la muerte, suscitó una fuerte crítica de
Goethe hacia carácter del Príncipe Danés; para el poeta alemán Hamlet es un carácter
“sin el nervio o la fuerza que caracteriza a un héroe, por lo que se hunde bajo
un peso que no puede cargar, y del que tampoco puede deshacerse“. Debemos, no
obstante, considerar dichas apreciaciones en su contexto. Goethe, como García Márquez,
admiraba a los hombres de talante dominante y conquistador como Napoleón, quien
destruyó su mundo por alcanzar un poder evanescente. “Voilà un homme” (“He aquí un hombre”), fue el
melifluo recibimiento que le dio Goethe al Emperador francés luego que éste
hubiese masacrado a sus coterráneos. Si la mayoría de hombres fuesen como
Napoleón o Fidel Castro el mundo ya habría estallado en guerras. El carácter de
Hamlet, por contraste, es más universal: “encantador, puro, noble y, sobre
todo, de naturaleza moral”, en palabras del mismo Goethe.
Freud se apropia de dicha consideración, pero establece una
causa. Las relaciones cuasi incestuosas de Hamlet con su madre Gertrudis lo
llevan a diagnosticar a Hamlet como enfermo del complejo de Edipo. Su tardanza
en vengarse de Claudius reside, según Freud, en que Hamlet admira secretamente
a Claudius por haber envenenado a su padre para acostarse con su madre. Los
celos del hijo hacia el nuevo amante de su madre son manifiestos en la célebre
escena de la muerte de Polonio: (1:25:08 a 1:27:54)
HAMLET
Ahora, madre, ¿qué es
la cosa?
GERTRUDE
Hamlet, has ofendido
sobremanera
a tu padre.
HAMLET
Madre, usted ha
ofendido
sobremanera a mi padre.
GERTRUDE
¡Adelante, adelante!
Contésteme
con la lengua herida.
HAMLET
¡Siga, siga! Pregúnteme
con la
lengua ácida.
GERTRUDE
¿Por qué? ¿cómo, ahora,
Hamlet?
¿Qué te pasa? ¿Me has olvidado?
HAMLET
(álgido)
Usted es la asociada,
la esposa
del hermano de tu
esposo, y, ojalá
no lo fuera, usted es mi madre.
Gertrudis intenta irse y es
detenida por Hamlet.
HAMLET
(continuando)
No retroceda. Usted no
se irá
hasta que yo no haya puesto un
vidrio en donde pueda
ver su parte
más interna.
GERTRUDE
(maternal)
¡Ven! ¡Ven y
sentémonos!
Hamlet es conducido por su madre
a una banca.
De repente, Gertrudis levanta la
vista y Hamlet descubre una
sombra entre los arbustos.
Hamlet extrae la pistola de su
saco y apunta.
GERTRUDE
(continuando)
¿Qué vas a hacer? ¿No
vas a
matarme? ¡Socorro!
¡Ayuda! ¡Oh!
¡Qué! ¡Socorro!
¡Socorro!
HAMLET
¿Quién anda ahí? ¿Una
rata?
Hamlet dispara sobre Polonius,
justo en el momento en que
éste sale con los brazos arriba.
HAMLET
(continuando)
¡Muerto! ¡Por un peso,
muerto!
POLONIUS
¡Oh, me han matado!
GERTRUDE
¡Oh, Dios! ¿Qué has hecho?
GERTRUDE
(continuando)
No; no lo sé: ¿Es el
malparido?
GERTRUDE
(continuando)
¡Oh, qué acto tan
precipitado y
sangriento es este!
HAMLET
¡Un acto sangriento!
Casi tan
malo, madre mía, como
el matar a
un esposo y el casarse
con su
hermano.
GERTRUDE
¿Cómo matar a un
esposo?
HAMLET
¡Ay, mi dama! Esas
fueron mis
palabras.
Hamlet descubre a Polonius y
gime.
HAMLET
(continuando)
¡Usted, perverso,
precipitado,
tonto entrometido! Lo
confundí por
su mejor; ocurrió que
te
encontrabas trabajando
en un
peligro.
GERTRUDE
¿Qué he hecho, que te atreves a
menear tu lengua en un
ruido tan
hosco contra mí?
HAMLET
(feroz)
Semejante acto que
opaca la gracia
y el sonrojo de la
modestia,
arranca la rosa de la
bella frente
de un amor
inocente y deja una
ampolla ahí; hace los
votos del
matrimonio tan falsos
como los
juramentos de un tahúr.
¡Oh!
Semejante hecho que del
cuerpo de
la contracción arranca
a la misma
alma y hace de la dulce
religión
una rapsodia de
palabras: la cara
del cielo destella. Sí,
esta
solidez y esta masa compacta, con
rostro afligido, como
confrontando
la condena, está
enfermo ante el
acto.
GERTRUDE
¡Ay, Dios! ¿Qué acto
que brama tan
duro y truena en ese
índice?
No olvidemos que Hamlet es un adolescente, y como tal propenso
a la melancolía. El optimismo, si acaso, es un don de la madurez. Del mismo
modo en que el bebé llora al nacer hasta que recibe un duro golpe que lo
concientiza de su realidad, así el adolescente lamenta, como Rimbaud, la
pérdida de su niñez, hasta que “los golpes de la insultantes fortuna” lo
obligan a despojarse de su autocompasión para luchar y vencer. La angustia de
Hamlet no es tanto por la lucha en sí, sino por fascinación que la duración de
dicha lucha despierta en su talante. Se ha citado con frecuencia la escena en
que Hamlet decide aplazar su venganza, en consideración que su tío Claudius está
orando: (1:24:27 a 1:25:00)
“Ahora, justo cuando
está orando
lo hago, y, entonces, él
va al cielo,
y entonces obtengo mi
venganza: un
villano mata a mi padre, y,
ante eso,
yo, su único hijo, envío a
ese mismo
villano al cielo. Eso sería contratación
y salario, no venganza.”
El temor religioso, de nuevo, parecería ser el motivo central
del titubeo de Hamlet. Pero su importancia cede ante el peso de lo
sobrenatural, y éste, ante el peso de la razón. Me refiero a que las sospechas que
Hamlet manifiesta al comienzo de la obra sobre la relación criminal entre su
madre y su tío, se ven confirmadas por la aparición del fantasma que clama
venganza: (30:35 a 32:19)
FANTASMA
Oye,¡Oye! ¡Oh, oye, si
alguna vez
amaste a tu querido padre!
HAMLET
¡Oh, Dios!
FANTASMA
Venga este asesinato
tan vil, más
inhumano.
HAMLET
¿Asesinato?
FANTASMA
Asesinato tan vil, como
más no
podría ser, pero el más
vil,
extraño e inhumano.
HAMLET
Apresúrate a conocerlo,
que yo,
con alas tan raudas
como la
meditación, o los
pensamientos del
cortejo, puedo
arrastrarme a mi
venganza.
FANTASMA
Te hallo apto; pero
debes ser más
parsimonioso que la
maleza que se
ara a sí misma sin
dificultad en
el puerto del olvido;
no debes
agitarte sobre esto. Ahora,
Hamlet, escucha: ocurre
que,
durmiendo en mi huerta,
una
serpiente me picó, de
modo que
todo el oído de la
compañía ha
sido abusado mediante
un proceso
espurio con mi muerte.
Y la
serpiente que picó la
vida de tu
padre se sienta ahora
en su trono.
HAMLET
¡Oh, alma profética!
¡Mi tío!
FANTASMA
¡Ay, esa bestia
incestuosa y
adúltera, quien con la
brujería de
su astucia, y con
obsequios
traicioneros, -¡Oh, con
astucia y
obsequios malévolos que
tuvieron
el poder de seducir!-,
ganaron
para su lujuria
vergonzosa la
voluntad de mi reina aparentemente
más virtuosa. ¡Oh,
Hamlet, qué
caída tan abismal! ¡De
mí, cuyo
amor era de esa
dignidad que
compaginaba incluso con
el
juramento que le
hiciese en
nuestra boda; y
rebajarse ante un
perverso, cuyas dotes
masculinas
eran mucho más pobres
que las
mías! Pero la virtud,
como si
fuese inmóvil, y aunque
la
lascivia la cortejase
bajo la
forma del cielo, así el
libertinaje, si bien
ligado a un
ángel radiante, posará a sí misma
en una cama celestial
para
saciarse en basura.
El Príncipe Danés, sin embargo, duda de las intenciones de
aquella aparición. Shakespeare cogita sobre la metafísica de las apariciones
sin negarlas. Como Buñuel, Hamlet no discute la existencia del fantasma con
quien conversa, pero, al igual que con los vivos, lo trata con cautela. Su
precaución llega al punto que suspende la credibilidad del fantasma de su padre,
hasta que obtiene pruebas de la culpabilidad de su tío. Para ello recurre al
teatro, representando una corta pieza en la que analiza las reacciones del
supuesto asesino: (1:00:07 a 1:01:09)
HAMLET (V.O.)
¡Maldita sea! ¡Arriba!
¡Piensa!
He oído que criaturas
culpables,
sentadas ante una
película de La
Pasión, han sido, por
la
misericordia del Señor,
tocados en
su alma al punto de que han
proclamado sus
fechorías, pues el
asesinato, aunque
carezca de
lengua, habla con el
órgano más
milagroso. Haré que estos
comediantes recreen ante mi
tío
algo similar al
asesinato de mi
padre. Observaré sus
facciones. El
espíritu que he visto
bien podría
ser un actor, pues
cualquier
hombre tiene el poder
de asumir
una forma desagradable,
y mis
amigos, quizás en vista
de mi
debilidad y melancolía,
quieran
oprimirme con espíritus para
tantear mi sanidad.
Tendré un
suelo más consistente
que ese; la
obra será la hora en
que atrape la
conciencia de este
crimen.
Es en esta constatación en donde Hamlet encuentra en el teatro
una renovada justificación a su calamidad. Antes de ejecutar su trampa dramática,
los actores representan ante Hamlet la muerte de Príamo bajo la espada de Pirro
ante su esposa Hécuba. La escena es la respuesta a los interrogantes postulados
en el monólogo de Ser o no Ser: (56:32 a 57:05)
ACTOR 1
Pero, ¿quién? ¡Oh!
¿Quién hubiese visto a
la frágil
reina errando descalza
de arriba
a abajo, amenazando las
llamas con
el paso más ligero,
presa de los
estertores del horror.
Pues si los
mismos dioses la
hubiesen visto
entonces, cuando ella
sorprendió
a Pirro en su deporte
malicioso,
tajando con su espada
los miembros
de su esposo, el
instante del
estallido de su clamor,
a menos
que los asuntos
mortales no puedan
conmoverlos, habrían
deshecho los
ojos ardientes del
cielo y las
pasiones de los dioses.
Hamlet comprende que la
peor calamidad adquiere sentido ante una audiencia. Quien espera una felicidad
y una tranquilidad estable corre el riesgo de caer en la monotonía. “Nunca creí
que la felicidad fuese tan aburrida”, dice un mendigo en la novela de Samuel
Beckett Malone Muere. Kafka lo
expresa también en uno de sus relatos: en su travesía hacia la ley un hombre ha
de esperar hasta su muerte a que le abran una puerta, y en medio de su agonía se
entera que tras esa puerta había puerta y otra más, indefinidamente. Hamlet prefiere existir, pues
comprende que es mejor ser a no ser, que luchar es preferible a dormir, sufrir
a descansar. En las últimas líneas de Hamlet, Shakespeare alude a su profesión
como dramaturgo: “Auséntate de la felicidad
por un tiempo, y en este mundo tan áspero retén tu aliento en el dolor, para
contar mi fin”. Escribir es, en efecto, ausentarse de la felicidad para
construir, a través del dolor de revivir el pasado, la vida misma. Homero había
cantado en La Odisea: “Los hombres dieron el sufrimiento a los hombres, para
que los poetas tengan algo que cantar”. En el teatro Shakespeare amplía la
perspectiva: los espectadores deben revivir en la escena los mayores
sufrimientos, para consolarse en la certeza de que están viviendo: (2:23:03
a 2:24:54)
HAMLET
Horacio, yo parto, tu
vives, da
cuenta de mí y de mi
causa al
mundo insatisfecho.
HORACIO
Jamás lo crea. Soy más
culpable de
estos asesinatos que
cobarde.
HAMLET
Déjame, por el cielo,
yo lo tomo.
¡Oh, buen Horacio, que
nombre tan
herido! Todo lo que
está así,
desconocido, ha de
vivir detrás de
mí. Si alguna vez me
acogiste en
tu corazón, ¡ah, en el
medro de tu
corazón! Auséntate de
la felicidad
por un tiempo, y en
este mundo tan
áspero contén
tu aliento en el
dolor, para ver mi fin.
Hamlet expira en los brazos de
Horacio.
HORACIO
Ahora se resquebraja un
noble
corazón.
Oscurece.
HORACIO
Buenas noches, príncipe
gentil; y
déjame contarle al
mundo aún
inocente el modo en que
estos eventos
ocurrieron. Entonces
oirán de
actos carnales,
sangrientos y
desnaturalizados, de
juicios
accidentales, de
masacres
azarosas, de muertes fraguadas
por
la astucia y por causas
forzadas,
y en este ramaje se lea
sobre los
inventores los
propósitos errados.
Todo esto puedo
relatar.
[1] Il n'y a qu'un problème philosophique vraiment sérieux : c'est le suicide.
Juger que la vie vaut ou ne vaut pas la peine d'être vécue.
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