El Mulo de Fundación de Asimov y el bloqueo de Gustavo Petro a la Economía y el Progreso de Colombia
Desde que los poderes del mundo se dieron cuenta de que, cuanto más me atacaban, más se popularizaba mi anuncio como ungido por Dios en India el 1 de junio de 2011, los ataques que enfrento ya no son físicos, sino espirituales (ver "El Profeta Invisible"). Así, tuve que confrontar las tres tentaciones del desierto en Bucaramanga, tras lo cual el Papa Francisco anunció que la tercera guerra mundial ya no era con armas, sino espiritual. Las fuerzas del Vaticano creyeron que podrían derrotarme, pero lo ocurrido desde noviembre de 2024 ha demostrado lo contrario.
El escenario actual es la política en Colombia. Durante las noches, he sido visitado por protagonistas de la izquierda colombiana, quienes intentan convencerme de que sus intenciones son las mejores, de que la verdad no existe y de que hay que justificar a quienes, en su infancia, no tuvieron más opción que unirse a grupos violentos que han derramado tanta sangre en el país.
Les he respondido como siempre lo hago, lo que invariablemente los enfurece: llamando al ladrón ladrón y al asesino asesino, desaprobando su conducta y señalando la falacia de una ideología que justifica el robo y el asesinato en nombre del amor, como si Robin Hood fuera el mejor modelo para los niños. Algunos han intentado argumentar que Jesús fue violento por los pobres, citando el episodio en el que expulsó a los mercaderes del templo. Pero les recuerdo la maldición que lanzó contra los violentos: "El que a hierro mata, a hierro muere". También podría mencionar la indignación que siento hacia quienes han desfalcado la salud de los colombianos, enviando al Hades a tantos niños y adultos por falta de medicamentos, mientras se gastaban esos recursos en conciertos con cantantes aduladores de Petro o en contratos con mujeres de la vida alegre.
Hoy hablé con un mototaxista que me juraba que Petro era pobre y que nadie del Pacto Histórico había robado un peso del erario público. Le recordé el caso del novio de Francia Márquez, que pasó de ser mototaxista a dueño de propiedades, y él me dijo que eso eran invenciones de los uribistas.
–No hay peor ciego que el que no quiere ver –le dije.
Él insistió en la honestidad de Petro, incluso cuando le conté cómo, en 2015, los empleados de Petro -aquellos maleantes a quienes clandestinamente, y ahora abiertamente, pagaba y paga por "no delinquir"- me persiguieron por Bogotá, fracasando ocho veces gracias a la protección divina que me ha sido concedida. Aun así, afirmó que yo mentía. Entonces le dije lo que siempre digo: si estoy mintiendo, que Dios me destruya; pero si digo la verdad, que castigue a quienes tanto mal me han hecho, aislándome de amigos, artistas y conocidos que, como aquel mototaxista, prefieren creer en la piel de oveja que cubre al lobo que en la inminente presencia del lobo.
El sectarismo petrista es comparable al fanatismo de los nazis hacia Hitler. Quizás por eso Petro lo haya estudiado tanto y tienda a citarlo falsísimamente, desacreditando a quienes lo refutan en redes sociales, ya sea un estudiante universitario, una joven honesta, o figuras como Uribe, Duque, Netanyahu, Milei y, ahora, para desgracia de los colombianos que viajan a Estados Unidos, Donald Trump.
Petro carece de argumentos sólidos. No es educado—a menudo plagia a académicos de moda sin ningún análisis crítico—, ni siquiera pronuncia adecuadamente el inglés o el francés, lo que sugiere que sus diplomas extranjeros son falsos. Sin embargo, tiene un don que todos los observadores políticos reconocen: odia con ferocidad a quien lo contradiga y anima a sus seguidores a expresar ese odio sin temor a las leyes. Después de todo, argumenta, todos los rebeldes fueron criminales. Razonar, por ley de contrarios, que todos los criminales son rebeldes es algo atrevido, pero propio de quien ha vivido sin ley ni Dios.
¿Y no vivimos acaso en una generación que desprecia a Dios y a la ley cuando esta lo permite? El caso de Salvador es una prueba fehaciente de ello. Solo recuperando el poder de las leyes, como Bukele lo ha hecho, es posible controlar la perversidad humana que Thomas Hobbes denunció: "El hombre es el lobo del hombre". El desprecio por Dios se evidencia en el comportamiento de los dos últimos Papas, temerosos de la opinión pública, refiriéndose a Dios como un ser lejano, incapaz de ayudar a la humanidad en temas como el cambio climático o el auge de las tiranías.
El credo de Petro no es ideológico, sino visceral. Se basa en lo que fue y en lo que gran parte de la humanidad es, debido a las inequidades que el 10% de la población impone sobre el resto: "Tenemos derecho a tener dinero, y el dinero está en manos de los ricos; debemos arrebatárselo para que todos seamos iguales". Que Petro ya sea parte de ese 10% poco importa; de hecho, la mitad de esos ricos son políticos del mundo, inspirados en las grandes cortes de China y Francia, que han convertido la diplomacia en un círculo de sátrapas, con hoteles de lujo, banquetes, teatros y conciertos.
La gran mentira es que Petro, Maduro y Ortega son peones necesarios para las élites mundiales, quienes los mantienen tan protegidos y privilegiados como los amos de las plantaciones de Virginia mantenían a los capataces que vigilaban a los esclavos. Los colombianos honestos esperamos que figuras como Cabal o Valencia nos devuelvan un país próspero, como en la era de Uribe. Pero basta recordar el gobierno de Duque para entender que el problema no es quién gobierna, sino el hecho de que seamos gobernados por una élite de sátrapas que no contratan por mérito o por el bienestar de la gente, sino por complicidades o favores.
Petro sabe que la política es corrupta y lo está apostando todo. Si los gobernantes anteriores desfalcaban un 30% del erario, su administración ha tomado el doble, incrementando el gasto público y ejecutando menos del 60%, mientras se victimiza por una pequeña reforma que le negaron o por sanciones que él mismo provocó.
La serie Fundación de Isaac Asimov, en particular su tercer libro, Segunda Fundación, presenta a uno de los antagonistas más intrigantes de la ciencia ficción: El Mulo. Un mutante genético con la capacidad de manipular emociones, El Mulo interrumpe el Plan Seldon, una estrategia de siglos para restaurar el Imperio Galáctico. Su naturaleza impredecible y su capacidad para desestabilizar sistemas guardan paralelos con el impacto de Gustavo Petro en Colombia.
Tanto El Mulo como Gustavo Petro desafían sistemas establecidos, enardeciendo a sus seguidores con mentiras y victimizándose por sus errores. Ambos construyen narrativas que presentan su lucha como justa, desacreditando críticas como conspiraciones en su contra.
Las acciones de El Mulo están impulsadas por su deseo de poder y control, lo que coincide con las políticas de Petro, retóricamente motivadas por una visión de equidad social y sostenibilidad ambiental. Sin embargo, lo que refuta la retórica petrista es su modo de vida: si al menos hubiera pretendido vivir como Mujica, pero sus modales petulantes hacia quienes lo contradicen, incluso humillando a niños, son más propios de un rey que de un Robin Hood. Así, mientras sale a pasear escoltado por cuatro gendarmes con su amante para que lo fotografíen en Panamá, acusa a los ricos que pasear con sus amantes para despertar "envidia". Sus justificaciones son tan absurdas como inesperadas, y serían irrisorias si sus acólitos no se las creyeran 100%; verbigracia, cuando Petro, presumiblemente ebrio, devolvió una avión que venía de USA con inmigrantes ilegales, poniéndolos en peligro a ellos y a su tripulación, y Donald Trump amenzó con sanciones de arancelos, Petro salió a los dos días acusar a sus oponentes uribistas de haberle dado a Trump "la idea" de dichos aranceles.
Tanto El Mulo como Petro crean entornos de imprevisibilidad que dificultan la planificación y el progreso a largo plazo. ¿De qué sirve invertir en Colombia si mañana Petro insulta a Estados Unidos o China, simplemente porque una de esas naciones hace algo que encontró reprobable desde su sofística?
El Mulo puede convertir aliados en enemigos y enemigos en seguidores leales, desestabilizando alianzas y generando confusión. Así llegó Petro al poder, aliándose con el Partido Liberal, liderado por César Gaviria, quien avaló la creación de las autodefensas en Colombia. La retórica de Petro polariza la opinión pública, y sus cambios de política generan incertidumbre entre ciudadanos y empresas. Por ejemplo, sus propuestas de reformas tributarias y redistribución de la riqueza han generado debates sobre su viabilidad y su potencial para desalentar la inversión. Esta imprevisibilidad ha erosionado la confianza en el futuro económico de Colombia, de manera similar a cómo las acciones de El Mulo socavan la confianza en el Plan Seldon.
Además, ambas figuras ejercen una forma de influencia emocional. Las habilidades de El Mulo le permiten controlar directamente a los individuos, mientras que el maniqueísmo de Petro (blanco vs. negro, rico vs. pobre, socialista vs. "nazi", capitalistas vs. violentos) consolida su retórica populista, resonando con sus seguidores y opacando las críticas a sus políticas. Esta conexión emocional puede ser tanto una fortaleza como una debilidad, ya que fomenta la lealtad pero también desalienta el discurso crítico y la rendición de cuentas.
El reinado de El Mulo, aunque breve, deja un impacto duradero en el Imperio Galáctico. Su interrupción del Plan Seldon obliga a la Fundación a adaptarse, pero también retrasa la restauración del Imperio. De manera similar, las políticas de Petro podrían tener consecuencias a largo plazo para Colombia; la inestabilidad económica causada por sus reformas podría obstaculizar el progreso del país durante años. Por ejemplo, la incertidumbre en torno a la transición energética y las políticas fiscales podría desalentar la inversión extranjera, ralentizando el crecimiento económico y exacerbando la desigualdad.
Tanto El Mulo como Petro desafían el statu quo. Sin embargo, las consecuencias no deseadas de sus acciones resaltan el delicado equilibrio entre innovación y estabilidad. Disruptir sistemas establecidos sin una alternativa clara y sostenible puede llevar al caos en lugar del progreso.
El Mulo y Gustavo Petro, aunque figuras ficticias y del mundo real respectivamente, comparten similitudes sorprendentes en su influencia disruptiva y la imprevisibilidad que generan en sus respectivos sistemas. Mientras Colombia navega los desafíos de la administración de Petro, las lecciones de Fundación de Asimov sirven como un recordatorio de las posibles consecuencias de la disrupción descontrolada y la necesidad de un cambio reflexivo y sostenible.
Un ejemplo claro de esta estrategia ocurrió cuando Petro nombró a un periodista que había denigrado públicamente a mujeres, mencionándolas con nombre propio como objetos sexuales. Lejos de reprochar su conducta o pedir explicaciones, Petro lo defendió, argumentando que lo hacía por amor. Curiosamente, este es el mismo razonamiento falaz con el que justificó su participación en la lucha armada: "Tomé las armas por amor".
Pero matar por amor no es más que una frase llamativa y perturbadora, que enmascara una realidad macabra: la confesión implícita de un hombre que ha alcanzado el poder gracias a su capacidad de victimización y manipulación emocional. Esta retórica, que apela a la justificación romántica del crimen, permite que su discurso resuene entre sus seguidores, quienes, cegados por la empatía, aceptan sin cuestionamientos sus actos pasados y presentes.
En la historia reciente, tal vez el único personaje contemporáneo comparable a Gustavo Petro sea Clark Olofsson, el criminal sueco cuyo caso dio origen al síndrome de Estocolmo. En una de las escenas más inquietantes de su biografía, Olofsson conoce a una joven intelectual que lo halaga por su criminalidad, afirmando que todo delincuente es, en el fondo, una víctima del sistema. Este tipo de argumentación, que Petro y otros populistas han adoptado con gran éxito, difumina la línea entre el criminal y la víctima, logrando que el agresor se presente como el verdadero oprimido.
Cabe preguntarse, entonces, si Clark Olofsson, con su carisma y su capacidad de manipulación, habría llegado a convertirse en Emperador de la Unión Europea, si no en Secretario General de las Naciones Unidas, de haber contado con la maquinaria política y mediática que hoy sostiene a líderes como Petro.
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