Diario del año de la Peste Mundial - Marzo 21, Marzo 22

El Discurso Histórico de Iván Duque salva a Colombia de la Pandemia COVID19

Hoy comenzó nuestra cuarentena, aquella que el Presidente Duque declarara con valentía, respetando al virus COVID-19 como si fuera la plaga Nazi que azotó Europa en los 1940s, o el ejército de Napoleón avanzando sobre Rusia. El discurso de Duque fue heroico, pleno de patriotismo, y pasará a los anales de nuestra historia como un modelo de perspicacia.

Triné su importancia histórica:

En el discurso de su vida, @IvanDuque nos habló como Pericles a los atenienses, Lincoln a los americanos, Churchill a los ingleses, De Gaulle a los franceses https://t.co/NwZfbjtbeQ

— HUGO SANTANDER (@HUGONSF) March 21, 2020

Un amigo que es médico, Juan José Rivero, me pidió que le explicara a que me refería exactamente. Le envié un audio que aquí reproduzco:









Estamos enclaustrados en nuestro apartamento con Loly, mi suegra, quien vino a visitarnos a principios de febrero, pues Leyla estuvo hospitalizada a mediados de enero. 

Loly quería regresar a Sincelejo, en donde vive con su hijo menor, Diego, pero ante la inminencia de la pandemia le pedí que se quedará con nosotros. Nos acompaña un ángel que nos envió Dios, nuestra perrita Cleo, que en febrero 1 cumplió un año de edad. La fecha me conmueve, pues era el cumpleaños de mi hermanita , Yaneth Cristina, quien a sus dos años murió cundo yo tenía nueve; a ella le dediqué un libro de poemas que fue publicado sin mayor divulgación en el 2015. El lunes en la tarde la llevé a la Casa Conservadora a una reunión de trabajo, y Santiago, nuestro ayudante, no me informó que había preparado un plato de comida con veneno para las ratas. Cleo lo devoró en segundos mientras conversábamos. Gracias a Dios oí -un verdadero portento-, como masticaba sus alimentos a cinco metros de distancia, e inturrumpí la reunión para reprenderla, pues me apena que tome la comida ajena. Santiago me dijo entonces que había ingerido un poderoso veneno para ratas. Salimos corriendo con ella en brazos: le dije al señor del parqueadero que le pagaría al siguiente día y arrancamos por la carrera novena a toda velocidad hacia la Avenida Quebradaseca. 


   —¡Mira si está convulsionando! —grité a Loly, quien la llevaba en el puesto trasero.

   —¡Estoy pendiente de que no lo haga! —me aseguró mientras la arrullaba entre sus brazos.

   Llegamos y parqueé casi en medio de la calle. Loly descendió y entró a un negocio de productos alimenticios veterinarios, en donde le indicaron en dónde quedaba la veterinaria. Ya entonces había descendido del auto y, viendo sus lágrimas, tomé a Cleo de sus brazos. Noté que la perrita temblaba al notar nuestra angustia.  Entré entonces gritando con voz quebrada: 

   —¡Es una emergencia! ¡Mi perrita acaba de tragarse un veneno para ratas! 

   El personal de la veterinaria Maxcotas fue diligente con nosotros, y la llevaron al segundo piso, en donde la doctora Amalia nos preguntó sobre qué veneno había Cleo ingerido. 

   —¡Aquí lo tengo! —dijo Loly entregando un sobre vació de Guayaquil, un veneno que dice actuar en 48 horas, produciendo una hemorragia que seca el interior de los animalitos. 

La doctora leyó el sobre y descubrió que el antídoto era la vitamina K, de la cual, afortunadamente, disponía -luego supe que era el único sitio en la ciudad que lo tenía-, y la cual aplicó a Cleo de inmediato. También le aplicaron un vomitivo que compré en la veterinaria del primer piso. Miré el reloj y habían pasado diecisiete minutos desde el momento en que Cleo ingirió el veneno. Bajé para calmar a Loly y a Leyla, quienes lloraban abrazados. Sólo quienes tenemos mascotas sabemos que son miembros de la familia, tan importantes como cualquier otro miembro. Pedí a Dios y a San Francisco de Asís, patrono de los animales, que cuidaran de nuestra perrita. 

Volví a subir y le dije a la doctora:

—Le ruego que salve a nuestra Cleo; su madre acaba de perder un bebé y es el amor de sus ojos.

La doctora me tranquilizó sin descomponer su semblante, asegurándome que ella estaba entre profesionales. Me pidió que saliera y esperé en el salón adyacente. Desde allí escuché el grito jubiloso de la doctora y su ayudante cuando Cleo vomitó. Sonreí y el ayudante salió con un paño desechable en el que envolvía el vómito de Cleo. 

—¿Es el veneno? —me preguntó enseñándome su contenido: granos de Purina revueltos con carne y un componente morado discordante. 

—¡Gracias a Dios! —exclamé aliviado.

Bajé y tranquilicé a Loly y a Leyla. La doctora procedió entonces a dormir a Cleo para hacerle un lavado de estómago.

—Tendrá dos días de hospitalización —nos dijo—, pues el veneno toma 48 horas para actuar. 

—¡No voy a dejar a mi perrita sola! —dijo mi esposa sollozando—. ¡No!

La consolé y la convencí de la necesidad de hacerlo. 

—Les enviarán videos y fotos de Cleo cada vez que lo soliciten —nos prometió la doctora—, igual pueden verla hoy a las seis de la tarde, cuando despierte de su intervención.

Volvimos a casa preocupados, y, ante la inminencia de la pandemia, las llevé a una tienda a comprar elementos de aseo, y de allí de vuelta a la veterinaria, en donde Cleo ya había despertado:
El discurso de Duque nos dio esperanza, más aún en tiempos de crisis económica en Colombia. El problema mayor ahora para él, que ha actuado rápido, son curiosamente los políticos. Claudia López se dedica a contradecirlo y a comprometerlo en público, ignorando sus órdenes como Presidente. 


Marzo 22 de 2020

Anoche vimos una película de 1930, Min and Bill. Las actuaciones son inmortales; siempre me remontó a los momentos de los estrenos de aquellas glorias cinematográficas del pasado. Como toda gran comedia, su final es desgarrador; la madre que adoptó a la niña abandonada es finamente abandonada por la niña que se reconcilia con su madre biológica:


Las pantallas HD 4K son tan buenas como lo era la proyección del cinema. Desperté y saqué a Cleo a pasear, no sin antes ponerme la mascarilla y fumigar mis pies y manos con alcohol. Bajamos a la carrera 27 y en la calle 41 vimos a tres ambulancias encender sus sirenas. Uno de los copilotos notó que los grababa en video y trató de intimidarme con su mirada. 

Lo ignoré, pues no hacía nada ilegal. Pero su actitud me suscitó interrogantes. ¿Hay gente que llama agobiada por la peste? Sin duda. La peste... Ese es su nombre. Lo curioso es que ningún medio lo emplea. ¿Para qué no cunda el pánico? Pánico es lo que necesitamos para controlar a esa población inmadura que no toma precauciones. El martes vuelven más de 30.000 irresponsables a Bogotá, luego de contaminar los parajes turísticos del país. 

Al volver a casa por la calle 45 tres choros, esto es, jóvenes de apariencia desaliñada y agresiva, me importunaron para pedirme limosna. Afortunadamente ya estaba cerca de Mercosur, en donde siempre hay un vigilante o administrador a la entrada. Al llegar a casa comenté con alguien que el Estado debía proveer pronto alimentación gratuita a los pobres y los vagos. Los mitines en las prisiones que ayer atribuyeron a los líderes de la oposición que quieren tomarse el poder, se deben al cese de las visitas dominicales, en donde los presos adquieren, además de visitas "conyugales", drogas, licor y alimentos especiales. La causa de su furia es cultural. En ningún otro país, que yo sepa, los presos adquieren tantos privilegios como en Colombia. Arrancárselos de raíz es cruel e irracional. El gobierno debería permitirles una mínimo acceso a las drogas de las que tanto dependen subrepticiamente.

Quería trabajar en mi novela, pero decidí contribuir al aseo de la casa trapeando con hipoclorito de sodio. Luego rediseñé un adendum a Bucaramanga Gótica. El vampiro Von Henkel merece un pasado melancólico. Como en el Genésis, la causa de su caída fue la tentación de una mujer -hasta ahora me percato de ello-. Es un buen lector de Goethe, por lo que releeré Las Penas del Joven Werther.

Trabajé editando el video de la entrada de ayer de este diario, aquel sobre los discursos históricos que precedieron al del Presidente Duque de anoche. Olvidé mencionar que tanto Pericles, como Lincoln, Churchill y De Gaulle son precisamente famosos por sus discursos históricos. Cada vez que recuerdo las frases de De Gaulle al vencer los nazis se me eriza la piel: "Paris, Paris outragé, Paris brisé, Paris martyrisé mais Paris libéré!" ("¡París indignado! ¡París roto! ¡París martirizado! ¡Pero París liberado!").




Anunciaron el primer muerto por la peste, un taxista de Cartagena. No deja de inquietarme que el 13 de este mes, justo cuando la peste se propagó en la ciudad heroica, yo tuviera que viajar a Cartagena como Par Académico del Ministerio de Educación. Ayer me levanté en medio de la noche para cerciorarme de que podía respirar. Luego considero que ya pasaron nueve días desde mi visita y que ni yo ni mi esposa ni Loly presentan síntomas y me tranquilizo. También oro meditando, preguntando a Dios, y en mi mente surgen las respuestas. Kant diría que converso con mi idea apriori del bien supremo. ¿Qué importa? Lo cierto es que todos podemos conversar con Dios. 

La verdad tomé precauciones viajando a Cartagena; mientras que los medios y las redes habían estigmatizado a quienes usáramos tapabocas, bajo el argumento que éste era sólo para los enfermos, y que si los usábamos privábamos a los futuros enfermos de su uso, yo porté un tapabocas negro industrial y guantes de hule durante mi viaje con escala en Bogotá. Mi argumento es que si portamos el virus por 14 días, debemos portar la máscara extensivamente, pues no sabemos si estamos contaminando o no. En la Corporación Universitaria Americana me preguntaron por el motivo de mis precauciones y los tranquilicé diciéndoles que no estaba enfermo, pero que debía dar ejemplo a una población que no se protegía lo suficiente, más aún cuando se sabe que las autoridades portuarias permitieron la entrada de un crucero con contagiados a la ciudad amurallada. Lo que más me extrañó ese 12 de marzo, fue ver a tantos grupos de turistas extranjeros pavonéandose por el aeropuerto. Por primera vez, los locales los evitaban, temiendo que fueran contagiados. Y razones habían varias. El auge de la peste en Europa llevó a la aerolíneas a ofrecer entonces gangas para viajar a los países que aún no habían sido tocados por el virus. Un alud de europeos que consideran que la peste sólo mata a un 2% de la población (en realidad la mortandad ronda por el 8% -otra mentira de los chinos-), acogió dichos planes e importó el virus a Colombia y otros países latinoamericanos. Que los intereses económicos hayan primado sobre la defensa de la vida no se le puede atribuir a las agencias de viaje. La economía mundial sufre de una enfermedad única: la deuda. La usura del pasado (10%) no es la misma de hoy (2.5% en Colombia, 0,5% en Europa), pues el ciudadano común ha de suplir sus necesidades básicas con préstamos cada vez mayores, lo que lo obliga a trabajar incansablemente para cumplir con sus obligaciones. La mita y la encomienda no han cesado en estos dominios coloniales. Le inminencia de la peste ha detenido esa danza de pago de intereses draconianos, los cuales, lo sabemos, enriquecen exageradamente a nuestros agiotistas modernos. Me temo que las condiciones de cuarentena que el mundo ha demandado suscitarán cuestionamientos sobre el rol de estos prestamistas, quienes acaparan miles de millones de dólares sin considerar el daño que causan al medio ambiente y al ciudadano común.

La poeta Lida Corcione me preguntó al llegar qué en dónde me hospedaba. Le dije que en un hotel del barrio El Bosque; no quise hospedarme en donde los extranjeros se hospedaban, esto es, en la ciudad amurallada o en Bocagrande, por miedo a su contagio. En el hotel Océano, muy cómodo por lo demás, sólo se hospedaron locales durante aquellos dos días.

Loly preparó una suculenta sobrebarriga con arroz con coco y patacones. Le añadí jengibre rayado y pimienta roja. No puedo dejar el picante.  Cleo me pidió que jugara con ella arrojándole su trapito a los cuatro confines del apartamento. 

En la tarde mi compañero de colegio Carlos Díaz organizó una conferencia simultánea en zoom con Iván Hasbond. Entonces me llamó mi padre para pedirme una asesoría informática. Le ayudé, pero al oír la voz de Carlos, me preguntó con tono de reproche si me estaba viendo con amigos en tiempo de cuarentena. Le repliqué que no era ningún tonto, ya que era ilegal. Sólo entonces me percaté que mis amigos escuchaban nuestra conversación. 
Se unió luego Ludovico para reprenderme por el uso de la cámara rápida y el jump-cut, al estilo de Jean-Luc Godard, en uno de los videos que hice sobre los poemas de mi esposa:



Me preguntó Carlos si iba a replicarle, a lo que les dije que ya conocía a Ludovico desde hacia años, y que siempre criticaba mi trabajo desde las coordenadas del main-stream media, por lo que prefería no contradecirlo. Carlos me preguntó sobre las razones por las que la gente compraba tanto papel higiénico para la cuarentena, lo que me llevó a discurrir sobre la etapa anal freudiana. Me hizo prometer que elaboraría mañana un podcast sobre el tema. Conversé con Leyla sobre Freud y me dio varias ideas.

El video demorará la escritura de Bucaramanga Gótica aún más, pero todo tiene su tiempo.

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