Diario del Año de la Peste Mundial - Marzo 29. Richard Jewell y la maldad de la Mayoría
Richard Jewell y la maldad de la Mayoría
La peste ha llevado a economistas de todo el mundo a proponer nuevas hipótesis y recomendaciones. Lo curioso es leer a tantos genios proponiendo en tiempos de confusión lo que nunca propusieron antes. Algunos hablan de un nuevo contrato social

Vimos anoche la controversial película de Clint Eastwood, Richard Jewell (2019). En ella Eastwood demuestra que Torquemada y la Inquisición Española jamás fueron derogadas, sólo han cambiado de apariencia. Si antes se condenaba a aquel que era piadoso y anunciaba que todos debíamos ser hermanos, hoy el condenado es quien protege a su comunidad de los ataques terroristas. También lo he experimentado a lo largo de mi vida. Cuando enseñaba con generosidad a mis alumnos, algunos de mis colegas , cuyos nombres ya ni recuerdo, confabulaban con frecuencia para acusarme de querer seducir a mis pupilas, o querer codearme con el hijo de un influyente político o empresario. Es claro que lo normal es ser egoísta, envidioso y confabulador, y quien se aparte de la norma sufre el ostracismo o el castigo injusto de sus conciudadanos, de igual forma que Sócrates padeció el exilio, Jesús la cruz y Juana de Arco la hoguera. La cinta fue boicoteada por grupos feministas que acusaron a Eastwood de haber representado a una periodista como una mujer que empleaba su cuerpo para obtener información confidencial. Quienes hemos trabajado en las universidades y los medios sabemos que aquello no es un secreto, pero también que quien lo denuncie tendrá problemas.
Saqué a Cleo una sola vez y nos topamos con un Husky o perro lobo sin cadena. Dado que apenas salió del celo la levanté para protegerla y el Husky se me abalanzó recostándoseme sobre mí, algo peligroso en cualquier cuarentena. Grité para llamar al dueño y se alebrestó insultándome. Le recordé que por ley debía llevar cadena y un drogadicto intervino para aleccionarme sobre leyes, aduciendo que el delito era si se trataba de un perro asesino, y que el Husky no lo era. Llamé la policía a gritos y el dueño del Husky se alejó al fin con su perro, no sin antes afirmar furibundo que yo era un "gay" (ya los insultos se han sofisticados a tal punto gracias a la acción afirmativa), por tener un perro pequeño, y no uno grande como el de él. Me percaté entonces que aquel infortunado no medía más de un metro sesenta de estatura y no pude controlar mi risa. Aquel hombrecito se fue refunfuñando. Pregunté entonces al drogadicto que qué hacía en el parque en medio de un toque de queda y me balbuceó que era un mensajero. Obviamente mentía, a juzgar por su estado delirante y sus ojos rojos. Me volteé y aún hablaba de que según la ley los perros podían ir con cadena por los parques; ahora infiero que lo que temía era que yo trajera la policía a sus recién conquistados espacios.
Esa tensión en las calles es producto de los nuevos espacios; aquel hombrecito con su perro grande se creía dueño de todo el parque y le sorprendió encontrarse con otro conciudadano paseando también a su perro. Lo que antes era normal se relaja hoy ante la ausencia de transeúntes. Si bien me mantuve al menos a cuatro metros de distancia de estos personajes, de vuelta a casa me preparé, luego de bañarme, desinfectarme y lavar mi ropa, una taza caliente de bicarbonato, vinagre y sal.
Cleo llegó a la casa y continuó jugando mientras que yo terminaba un cuento.
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