¿Para qué sirve la literatura?

   Cierta ministra recomienda que se estudie menos la psicología. En Italia, no obstante, los cargos administrativos se otorgan no a tecnócratas, como la susodicha ministra, sino a quienes hayan leído más literatura. También en USA, en los 1960s, C. Wright Mills, denunció la propensidad de las universidades americanas a elegir rectores de las ciencias exactas, deshumanizando así la educación. Su queja fue atendida, y en virtud de contratar alternativamente a humanistas como rectores, las universidades de USA son las mejores del mundo.

   La literatura, que cobija la filosofía y el teatro, y que es la semilla del cine, aborda la realidad en su principio fundamental. Si reflexionamos sobre lo que tenemos en común no sólo con los seres de nuestras generación, sino también con nuestros antepasados, descubrimos que son los sentimientos. Tanto ricos como pobres experimentan alegría, tristeza, temor o ira. Es la literatura, precisamente, la que compendia todas las pasiones. Leer literatura es recorrer nuestra gama de emociones. Shakespeare recuerda que el mundo es un escenario, en el cual somos meramente
actores. Debemos distinguir el actuar, propio del actor, del presenciar, propio del espectador.

   La vida se divide en dos: en la una somos actores, y en la otra espectadores. Como actores desconocemos el fin de una trama que puede acabar en triunfo o desgracia; un trabajo por el que luchamos o un amor que queremos conquistar, son dramas que suscitan emociones espontaneas que nos pueden entregar la felicidad o la infelicidad. Como espectadores, ese triunfo o esa desgracia suscitan en nosotros ora admiración (felicidad), ora compasión (infelicidad).

   Es como espectadores-lectores que la literatura juega su rol más importante. Toda experiencia no es exclusiva del lector, pero si es más enriquecedora. Un analfabeta puede ser, de hecho, espectador de muchas experiencias en un bar, en su trabajo, en su casa o en las calles. Un aficionado a la televisión puede también atestiguar muchas tramas en las películas maniqueas que día a día se transmiten. Pero es sólo la literatura la que nos entrega una visión holística, omnicomprensiva y dialéctica de la existencia.

   La literatura sirve para hacernos sabios ante la vida misma. Quienes han leído ya saben lo que están viviendo, o lo que han de vivir. Los buenos lectores están, de hecho, mejor preparados para la vida que quienes no han leído.

   También es cierto que una lectura puede arrojar luz sobre una vivencia en particular. A un estudiante mío, que no iba a clase porque una compañera de clases lo había dejado por su mejor amigo, y que padecía una depresión severa, le recomendé El Arte de Amar, de Erich Fromm, y desde entonces, su rostro radió de felicidad. A estudiantes míos que me dicen que arrojar bombas Molotov contra la propiedad ajena es más efectiva que la literatura, les recomiendo que lean Los Demonios, de Dostoievski, novela que fue prohibida por el Politburó.
   
   Leer cambia las energías negativas que nos rodean en positivas. En su Autobiografía, Benjamín Franklin escribe sobre cierto personaje influyente que le demostraba una manifiesta antipatía. Franklin le envió un libro con una tarjeta de recomendación. Al cabo de una semana, aquel personaje le devolvió el libro con gratitud. Así fueron amigos.

   En nuestra cultura es ya un hábito disculparse o conquistar con rosas; en Barcelona, los catalanes celebran el día del idioma español regalando rosas a sus mujeres, quienes, a su vez, obsequian libros a sus hombres.

Hsantand@yahoo.co.uk

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