Diario del Año de la Peste Mundial - Abril 2. La sabiduría de las mascotas
La Sabiduría de las Perritas

Un niño, inspirado por la inocencia celestial, respondió en cierto muro de Facebook que la corta vida de los perros se debía a la fuerza de su amor, pues habiéndolo entregado todo sin cálculo o rencor, los perritos se ganaban rápidamente el paraíso. Varias lecturas me inclinan por su respuesta. Swedenborg prescribe que los animales, a diferencia del hombre, prescinden de educación, pues jamás perdieron su gracia en el jardín del Edén; ellos no quisieron conocer la diferencia entre el bien y el mal, y, por lo tanto, preservan el conocimiento que el Creador les otorgó desde su nacimiento: la prueba, continúa Swedenborg, es que una cría de un venado se levanta rápidamente, pues ya sabe que hay fieras acechando desde su nacimiento.
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Kant |
Los animales domésticos o salvajes son inmortales, como Borges señala, pues, a diferencia de nosotros, no conocen la muerte. Kant, que leyó exhaustivamente a Swedenborg, también prescribió que los animales eran más felices que el hombre, pues carecían de una razón que los limitara. El hombre, por el contrario, nace inerme ante los elementos y los seres, por lo que requiere del cuidado de sus padres y familiares desde que nace hasta que alcanza a valerse por sí mismo, alrededor de los cinco años. Ya a lo largo de su vida, el hombre se educa hasta la muerte, si bien no es extraño toparse con optimistas que dicen que después de los cincuenta años ya no se aprende nada. Un contra-argumento a tan idílicas visiones del reino animal se lee en Libro Tibetano de los Muertos; en una traducción inglesa leí que los animales, a diferencia de los hombres, viven en el constante miedo de ser capturados y devorados por las fieras. Pero sospecho que el pasaje es una fábula que prepara al discípulo para la doctrina del desapego de Buda. Conozco, en efecto, a muchos semejantes que temen constantemente perder a su esposa, a sus hijos, sus bienes o su empleo, para no mencionar su vida.
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Buda durmiendo, Bangkok |

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Esopo |
Dios entregó el perro y el gato al ser humano, para que éste comprendiera también su relación con Él. Cuando la mujer pagana ruega a Jesús que sane a su hija endemoniada, el Mesías le responde, no sin un dejo de regionalismo egoísta, que el pan es para los hijos -el pueblo de Israel-, no para los perros de la mesa. Hay que recordar que en aquella sociedad piramidal, los romanos estaban en el cenit, los israelitas en el medio y los sirios en la base, del mismo modo que hoy jerarquizamos en la cima a los americanos, a los colombianos en el medio y a los venezolanos en la base. ¿Se enfureció la mujer contra el Señor? No, por el contrario, habiendo aprendido de sus mascotas la humildad, replicó: “Es verdad, Señor, pero los perritos, debajo de la mesa, comen las migajas que dejan caer los hijos”. Y Jesús se conmovió, pues reconoció en la humildad de los perros la sabiduría celestial. "Entonces Él le dijo: ´A causa de lo que has dicho, puedes irte: el demonio ha salido de tu hija´. Ella regresó a su casa y encontró a la niña acostada en la cama y liberada del demonio". Si los perritos pudieron conmover al mismo Dios, ¿quién puede resistirse ante su humildad, su cariño y su alegría?
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La mujer Siria |
Una amiga escribe que a los perritos no los escoge uno, sino que son ellos los que lo eligen a uno desde el paraíso. Cuando el corazón vive en la gracia de Dios la comunión entre el amo y la mascota es la misma felicidad. Lastimosamente la maldad de los hombres es grande, y sabemos de pueblos enteros, como China, que permiten que los perritos sean capturados, traficados y hervidos o rostizados vivos para deleite de una élite adinerada y cruel (cabe mencionar que hoy China anunció al mundo la prohibición de tan bárbara costumbre, si acaso afín al canibalismo). También en occidente el egoísmo lleva a miles de amos a abandonar a sus mascotas cuando su codicia los lleva por derroteros ajenos a la felicidad de su hogar.
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Cleopatra |
En marzo 23 del 2019 Cleo llegó a nuestro hogar procedente de Sincelejo. Tenía apenas un mes y medio de existencia, y desde que la recogimos en su guacal conquistó nuestro corazón. Era una fierita a ratos, y en dos ocasiones me mordió hasta sangrar. Pero una de las grandes enseñanzas de los animalitos es que lo único que los irrita es que invadan su espacio. Muchas veces lo hacemos por su bienestar, pero, como dice Goethe, "hay más tragedia en la vida a causa de los malentendidos que de la maldad de los hombres". De Cleo he aprendido que todo mal causado por un animal, desde un tiburón hasta un Dragón de Komodo, es originado por un malentendido. ¿Qué hemos aprendido Leyla y yo de Cleo? Su alegría constante (cuando no está alegre es porque está enferma y nos preocupamos), su inocencia, su felicidad por los detalles más pequeños, como un juego, una comida hecha en casa, una salida a la calle o una buena siesta.
Esta peste, lo confieso, no ha sido un gran cambio en mi vida diaria, gracias a Cleo. Estoy dedicado a leer y escribir desde diciembre del año pasado, por lo que salgo poco. Si no fuera por Cleo no hubiera salido dos veces al día durante los meses de enero y febrero. Entonces decía que ella era la que me sacaba. Ahora, por ley, puedo sacarla hasta tres veces al día, pero, por precaución, salimos una sola vez. Juntos hemos confrontado varios peligros, como el de lidiar con pedigüeños que dicen que no tienen de comer debido a la pandemia. Cleo, y esto es un misterio que sólo un amo consagrado comprende, parece saberlo todo, y lejos de insistir en que visitemos los cuatro parques que rodean nuestra cuadra, como antaño, se contenta con un rápido paseo, lejos de los demás perros. Mi hermana Lina tiene razón cuando asevera que las mascotas son ángeles discretos; uno de sus perros les avisó que una llave del gas estaba abierta.
Es por ello que con Leyla hoy le cantamos a Cleopatrina -como Leyla la llama-, la canción que le canté desde que la conocí: La Ladrona, y no sólo por habernos robado el corazón.
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