Diario del año de la Peste Mundial COVID19 - Abril 13, 2020. El Hoyo, retrato anticipado del dilema humano

En la antigüedad los sacerdotes requerían ser, antes que nada, poetas. Eran ellos los que, como intermediarios entre las divinidades y la tierra, expresaban en versos la voluntad del cielo. Consagrados al estudio y la oración, no era sorprendente que anticiparan acontecimientos futuros. En el siglo 19, Óscar Wilde prescribió que es el arte el que anticipa a la realidad, y no la realidad la que inspira el arte. La tesis de Wilde tiene varios ejemplos corroborables, el más impactante de todos la del autor de Titan (1898), Morgan Robertson, quien anticipó el hundimiento del TITANIC en detalle. El cine, manifestación del arte per se a partir del sigo 20, abunda en premoniciones del COVID19 que nos azota, tales como Contagion (2011), de Steven Soderbergh.



Ayer vi la película más vista del año en Netflix, El Hoyo (2020), de  Galder Gaztelu-Urrutia, el cual retrata la mezquindad humana a la hora de la supervivencia. Críticos la han llamado la nueva Parásito (1919). Sus autores representaron la pesadilla de la impiedad y egoísmo de las clases sociales, pero terminaron, a la luz de la tragedia, retratando el egoísmo humano en medio de un encierro forzado como el que vivimos y viviremos por no sabemos aún cuántos meses o años más. 

La trama se inspira en el Infierno de Dante: una torre invertida con 333 círculos (Dante lo describió en 33 cantos), en donde el mejor es el primero y el peor es el 333. Una plataforma voladora, que desafía la física, desciende repleta de manjares para 666 personas una vez al día, deteniéndose cinco minutos en cada nivel. Hay dos condenados o "voluntarios" por nivel, cada uno poseedor de un sólo objeto previamente convenido (una copia del Quijote, un cuchillo, un perro, etc). Dicha elección rememora los pasajes de Samuel Beckett sobre la propiedad que cada cual, incluso los mendigos, requieren para afirmar su existencia. Y es que la influencia de Samuel Beckett se presenta también en los diálogos del anciano y el hombre joven en su celda del piso 48; sólo que aquí la lucha por la supervivencia no es metafísica, sino concreta hasta el punto que se torna destructora. Investigué sobre los guionistas, David Desola y Pedro Rivero; no sin sorpresa leo que el primero es un dramaturgo cuyas obras han sido comparadas por la crítica a las de Beckett.


Waiting for Godot, Arte Facto Teatro (1990) 
La estadía de los reos o de aquellos que, hastiados de su sociedad , van a El Hueco, es por 6 meses. Los dos reos del primer nivel devoran lo que quieran de aquel banquete; luego la mesa voladora baja y es devorada por los dos presos del segundo nivel, va al tercero, es digerida aún más, y así sucesivamente. En el nivel 48, al comienzo del filme, los protagonistas reciben una mesa abundante en sobras. Entonces vemos que el anciano escupe sobre la mesa luego de comer. "¿Por qué?", pregunta el quijotesco joven héroe.  "Porque los de arriba han hecho lo mismo". 

(Alerta de spoilers). El egoísmo y la gula de los primeros pisos agota el menú, el cual llega ya vacío al piso 150. Es entonces que los prisioneros acuden al asesinato y el canibalismo para sobrevivir.  La clave del éxito de El Hoyo es, de hecho, la burla, la falta de respeto hacia los demás, los deseos del superior de humillar al inferior. En una escena grotesca, el reo del piso 6to intenta escalar al 5to con la supuesta ayuda de los condenados superiores, pero, cuando va a llegar, uno de ellos defeca en su cara.  

Algunos críticos socialistas ven en la cinta un calco de la sociedad capitalista; otros la señalan como una descripción puntual de la utopía socialista vertical y dictatorial que hoy viven China, Cuba y Venezuela. Pero el elemento que refuta dichas apreciaciones es el de la movilidad mecánica de piso o de clase, algo que no existía en la era globalizada, con excepciones que confirman la regla como la bancarrota o la lotería. La crisis generada por el Coronavirus ha, de hecho, dado no sólo validez a la trama, sino actualidad. Los reos cambian cada mes de piso, lo que garantizan que todos vivan tanto en los pisos más privilegiados como en los más infernales. ¿No ocurre lo mismo hoy en las ciudades europeas en que los víveres son agotados por los primeros que llegan? 


El egoísmo y la mezquindad que presenciamos ocurrió al comienzo de la peste, cuando vimos a personas pelar a muerte por un rollo de papel higiénico. Antes de la plaga, el rico tenía asegurada su vida de despilfarro, la celebridad su vanidad y el poderoso sus intrigas, corruptelas, contratos turbios y alianzas para mantenerse en el poder. Pero la peste nos ha puesto a todos, en palabras del Papa, en la misma barca: ricos y pobres enferman tanto como granjeros o médicos. Afortunadamente, el mundo ha reaccionado y parece ya no caer en el vértigo destructor de El Hoyo.

La humanidad se percató de que si derrocha sus existencias como antaño, necesitará eventualmente de la caridad de los otros para sobrevivir. Los banqueros y prestamistas no pueden sobrevivir de papel moneda o crédito bancario, sino de comida, y los granjeros no pueden existir sin hospitales y gasolina para sus medios de transporte; todos, entre tanto, requieren de la tecnología para comunicarse, informarse y educarse. Aún hay brotes de mezquindad, como ocurrió con Holanda ante las desesperadas llamadas de auxilio económico de Italia y España, pero un incremento de la peste en Los Países Bajos ha sido suficiente para que sus líderes cambien rápidamente de parecer.  


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