Diario del año de la Peste Mundial COVID19 - Abril 3. La fuerza secreta del Psalmo 91
La fuerza secreta del Psalmo 91
Hoy nos enteramos que Colombia es, según CNN, el tercer país que mejor ha confrontado la peste en el mundo. Mi alegría y mis tristeza contrastan. En mi primera entrada había pedido al Señor que perdonase que la pandemia se esparciera por Colombia y Bucaramanga. El Señor, de quien tantas gracias recibimos, me ha escuchado. Y lo alabo. Al mismo tiempo, no puedo dejar de lamentar el destino aciago de la humanidad. En el 2012 me manifestó que estos tiempos vendrían, y cada vez que me atrevía a comentarlo ante amigos, suscitaba risas o ira. Recuerdo en particular a un monje benedictino de Pittsburgh a quien dejé un aceite bendito antes de partir de su abadía.
¿Cómo entender que es en el vértigo ante la muerte que nos deshacemos de los apegos absurdos y contraproducentes y descubrimos la fuerza perenne del amor? Quien vive una vida en paz con el Señor, arrepentido de sus faltas y sus pecados, y que acepta sus penurias y su cruz con alegría, aquel vive bajo las alas del Señor. Cuando recibí mi primera clase de religión de tercero primaria, recuerdo a un maestro que nos enseñó un dibujo de dos caminos que conducían al más allá: uno era recto, pavimentado y sin obstáculos; el otro era polvoriento, lleno de alambre de púas y rocas, con precipicios a ambos costados, puentes desvencijados, fieras y bandidos. El tiempo le ha dado la razón a aquel sabio, y fue gracias a su enseñanza que no dudé en varias ocasiones abandonar los derroteros plácidos y corruptos de la vida para avanzar por el camino más difícil pero más gratificante a nivel espiritual.

Esta peste ha destruido todos los caminos placenteros y ha arrojado a la humanidad entera al sendero espinoso y con alambre de púas. Quienes creíamos estar habituados a él también sentimos la diferencia. En el 2015 escribí mi libro de poemas Himnos a la Muerte (disponible en El Libro Total), en donde expresaba mi dolor y mi esperanza por el fallecimiento de mi hermanita Jeanette a sus dos años cuando yo apenas tenía nueve. En mi adolescencia quise ser sacerdote, por mi creencia firme en el más allá, y también por miedo a sufrir el dolor de perder a un bebé, miedo que vi reflejado en un cuento francés en el que un sacerdote confiesa haber visto morir a su hermanito. Los años pasaron y sufrí la pérdida no de uno, sino de cuatro bebés más. Descubrí, para mi alegría, que la fe, cuando existe, es necesariamente robusta, y que lejos de entristecerme o de sentir ira contra la vida, mi agradecimiento hacia su voluntad aumentaba, pues el Señor me había permitido ser padre para de inmediato aceptar mis hijos bajo su custodia. Varios libros de hombres y mujeres que han muerto clínicamente lo corroboran: al llegar al paraíso los fallecidos son recibidos primero por sus mascotas y por los hijos que perdieron.
En occidente vivimos en un medio tan árido espiritualmente, que escribir experiencias como la que escribo no puede sino despertar una sonrisa de escepticismo en quien aún cree en los preceptos que los medios de comunicación le inculcaron desde su infancia. Pero, ¿lo prepararon acaso esos mismos medios para esta peste? Como prescribe Karl Jaspers, hay situaciones terribles en la vida en la que el hombre queda obligatoriamente desnudo ante sí mismo, y en donde la única solución es la aceptación de un Dios omnipotente. ¿Quién envidia hoy las vanidades, los triunfos, la celebridad, el elogio y las riquezas que los medios comentaban día y noche?

Comentarios
Publicar un comentario