Diario del año de la peste mundial COVID19 - Septiembre 23 - Los perros están salvando el mundo


Las mascotas, en particular los canes, habían estado sometidos a un afecto parcial antes de la pandemia. Se les dejaba en casa en la mayoría de las familias, ora en el día, ora en las noches, ora en todo el día, según las ocupaciones de una vida social más dinámica y gregaria.  La pandemia acabó con dicha parcialidad. Encerradas en sus casas, las familias fueron confrontadas, eliminado falsos afectos y realzando el amor soterrado. Y en esa convivencia los mejores amigos del hombre nos han aventajado; ningún ser tan humilde, comprensivo, paciente, afectuoso e inteligente. Las ventas de cachorros, según inews.co.co, se ha incrementado en un 26%.

En una de sus comedias radiales el escritor irlandés Samuel Beckett se mofa de las conversaciones de los amos sobre sus perros: “Solo les falta que hablen”, dice una matrona inglesa con su perro a sus pies. Y quienes hemos entrado en un diálogo, más que en un dominio, con nuestras mascotas, sabemos que el comentario es verdad. El perro, además, tiene la ventaja de la inocencia, aquella que perdimos cuando decidimos abandonar la sabiduría divina para hacernos maestros del universo. El vidente Swedenborg afirma que los animales, a diferencia nuestra, no vienen al mundo a aprender, sino a ejecutar. Desde antes de nacer, comunicadas con el Creador, estas criaturas saben que deben hacer en cada situación de sus vidas. Los zoólogos, a falta de un criterio filosófico, llamaron a dicha sabiduría instinto, y desde entonces presumimos -sin mayor razonamiento-, que el instinto es un a-priori de la existencia. Pero más allá del instinto, hay evidencias del conocimiento omnisciente de los caninos que ningún científico puede explicar. 

Son las diez de la noche. Nuestra perrita Cleo se levanta de nuestra cama, donde acostumbra dormir, y toca a la puerta para salir. Le abro extrañado y Cleo sale al corredor principal, en donde permanece sentada, inmóvil. Pasan veinte minutos y traigo de vuelta a la cama. Cleopatra vuelve y se levanta y pide que le abran la puerta. Y el ritual se repite tres veces. “Algo le debe pasar a tu madre”, le digo a mi esposa luego de recordar los preceptos de Swedenborg. Mi esposa habla a mi suegra y se entera de que un familiar se ha enfermado gravemente. ¿Cómo lo supo Cleo si estaba separada de mi suegra por tres paredes? ¿El instinto alcanza acaso la sensibilidad omnisciente? Cleo se ha apegado mucho a mi suegra, y aquella noche durmió con ella toda la noche, como un ángel guardián. 

Pero además de su desarrollado intelecto, los perros evidencias su verdadero poder a través de su inocencia. Estoy convencido que con estas plagas son ellos los que se encargan de endulzar a los humanos cada cien años. Los perritos son niños al nacer y continúan siéndolo hasta el final de sus días, y, a no ser por su corta existencia, no lloraríamos, como la proscrita Eva, por el abandono filial. Ellos siempre proponen jugar, y su alegría es contagiosa, un elixir de vida que nos sustrae de las raudas corrientes que recorremos en cada generación. 

Imagino a un sistema penitencial en donde los condenados tengan que criar a perros por un determinado número de años. Su salida se supedita al examen psicocanino de los expertos, quienes certifican si, en efecto, el perro fue bien tratado por su amo, y es socialmente feliz. Pues veo a las mascotas como maestros, idea que debió iluminar a George Lucas al crear el personaje cinematográfico de Yoda. Los perros se revelan como los maestros del mundo espiritual: aquel al que renunciamos, aquel en que la dulzura y el perdón imperan.


hsantand@yahoo.uk.co 

 

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