La Colombia futura que contiene a los violentos del presente y la amenaza del pasado

La batalla que libra Colombia no es sólo entre violentos, sino entre ideologías. Quetzacoalt, dios de la bondad, se debate ahora contra Huixilopochtli en la cordillera de los Andes. La nobleza de Gandhi, latente en el 40% de los colombianos, lucha contra el 30% de ascendencia humillada que quiere destruir la nación para culpar a la élite uribista y centralista que nos gobierna desde el 2002. Pero nuestra lucha es en dos frentes, y más temeroso que los terroristas urbanos es el odio de las clases prestantes, ese 30% que dio forma a los grupos paramilitares de los 1990s.
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En las pasadas elecciones la gente se preguntó porqué Duque ganó siendo desconocido; simplemente porque entre el Kraken y Polifemo ese 40% que decide quien nos gobierna eligió a Polifemo. En realidad ese 40% que no tenemos una hoja de vida criminal, que no hemos apoyado la corrupción y que hemos trabajado incansablemente sin quejarnos, en mi caso en campos tan arduos como la educación, el teatro, el cine y la literatura, tenemos ahora la responsabilidad de refutar, por una parte, a los más recalcitrantes guerreros uribistas que muestran sus armas y sus deseos de iniciar una guerra civil, y a los impacientes socialistas que quieren un caos social para reformular el Estado. Si fracasamos, me temo que el resultado final sea el regreso de Uribe al poder. Y no lo expreso como un deseo, sino porque una bestia domada, al sentirse amenazada, puede volver a ser salvaje.
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