William Shakespeare, portavoz del Espíritu Santo

En tiempos pasados, William, dramaturgo ignorado,

tejió palabras en su escenario con devoción,

años de esfuerzo, letras con pasión,

mas el mundo, ciego, hizo de él un comerciante.


Sus dramas, comedias y tragedias olvidadas,

editores y colegas fruncían el ceño,

mas un día en su estudio, cual dulce ensueño,

halló un giro extraño en sus folios trazados.


"Obra del Espíritu Santo", la frase misteriosa,

danzaba en las líneas sin ser vista,

William creyó broma, su mente confundido,

mas la misma rúbrica, en obras temerosas.


Sumido en curiosidad, William exploró,

sus volúmenes antiguos, los versos impresos,

en cada página, como fuego intenso,

la frase ardía entre intersticios de tinta.


Una fuerza invisible, se percató,

poseía su pluma, en danza constante,

cada palabra trazada, vibrante, elegante,

bajo inspiración, su mano se alzaba.


Leyendo sus obras, espejos inclementes,

vio juicios crueles, reflejos de su mente,

amigos, familia, al juicio sometidos,

William se estremeció, sus ojos dolientes.


Horror y liberación, dualidad en su ser,

bajo el ala del Espíritu, había escrito,

juicios que pesaban, en sus libros escondidos,

mas también un regalo divino en su saber.


"Fuiste Mateo el Apóstol antaño", escuchó

"y has descrito al mundo desde los cielos;

juicios y perdón tejidos con vehemencia,

tu escritura es guiada por el Creador".


El Espíritu Santo, misterio y certeza,

había sido su guía en cada página escrita,

Shakespeare en su retiro sintió su legado,

versos que perdurarían en lucidez y belleza.


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