La campana del emperador Yongle, cuento finalista en el concurso Manuel Mujica Laínez de Buenos Aires en 2013

Sumérgete en este cuento de Historia Cifrada, en la China imperial del siglo XVIII; la fabulosa y mítica historia de Chai Deng, hija del mandarín Deng Yong, quien enfrenta un desafío desgarrador para crear la campana perfecta. Sacrificio, amor y la búsqueda de la perfección se entrelazan en esta narración, transportándote a un mundo de tradiciones y expectativas sociales. Un viaje a los secretos que rodean la creación de la Campana de la Paz Eterna.


        Según el testimonio del misionero ecuatoriano Jacinto Carrasquilla SJ, una de las campanas mejor fundidas por las gentes del lejano oriente cuelga de la Torre de Wanningsi (Paz Eterna), la cual se eleva a treinta y tres metros sobre uno los extremos de la arcada central de la Ciudad Sagrada de Pekín, al norte de la estrada Di’anmen. Lo historiadores el Emperador Amarillo atestiguan que la Campana de la Paz Eterna fue fundida a mediados del siglo dieciocho, durante el reinado de Qianlong, de la dinastía Ming. Los nativos de este país —escribe Carrasquilla en sus crónicas de viajes—, atribuyen la perfección de su tintineo al sacrificio de Chai Deng, hija del mandarín Deng Yong, quien había sido comisionado por la madre del emperador para que fundiese la campana más armoniosa del continente, capaz de despertar a las vírgenes del palacio de invierno, situado a veinte kilómetros de los aposentos imperiales. Luego de varios intentos infructuosos, Deng Yong recibió un ultimátum de la madre imperial, advirtiéndole que, si el hierro de la campana se vencía una vez más, su cabeza rodaría por las escalinatas de la ciudad sagrada para deleite de los eunucos y golosina de los pequineses del emperador. 

—Es posible que Mañana sea ejecutado —dijo Deng Yong a su esposa y sus tres hijas al volver a casa—; el eunuco principal quiere deshacerse de mí para favorecer a uno de sus familiares.

Las palabras de Deng Yong no podrían haber causado un terror más profundo entre sus parientes. Su muerte ya era un motivo de congoja, pero más aún la certeza de que siendo ejecutado todos los miembros de su casa lo acompañarían al sepulcro. La esposa de Deng se desgañitó y meció sus cabellos, en tanto que sus dos hijas menores gimieron desconsoladas a sus pies. Pero Chai, su hija mayor, preservó un semblante flemático, si bien pálido.
—Creo que esta vez he desentrañado la combinación perfecta —Deng Yong caviló.  
—¿Puedo hablar padre mío? —preguntó Chai escondiendo su mirada.
—Ahora debo regresar.
Chai comprendió que su padre los abandonaría aquella noche para pernoctar en casa de su querida. 
—Debe ser menos densa —Chai se aventuró a decir antes de que su padre se levantase de la mesa—. Bastaría con que usted la mezclase con uno o dos sacos de harina y dos toneles de agua.
—Es absurdo —exclamó Deng Yong visiblemente irritado.
—Étienne me lo dijo antes de partir. 
El rostro de Deng Yong se contorsionó en un rictus de dolor a la par que su cuerpo pesado y vigoroso avanzaba a lo largo del corredor. 
—No quiero oír de nuevo el nombre de ese bucanero —dijo Deng Yong antes de parpadear parsimoniosamente sobre el rostro de Chai Deng.  
—¡Meretriz!  —vociferó su madre antes de que su padre hubiese abandonado sus aposentos.
Chai esperaba una represalia aún mayor de parte de su progenitora y sus hermanas, no exenta de arañazos, pero la proximidad de la muerte las había sumido en una especie de resignación letárgica.

Durante los últimos tres años Chai había sostenido un idilio sentimental con Étienne Fourmont, quien a la postre obtendría celebridad en Europa por su Linguae sinarum mandarinicae hieroglyphicae grammatica duplex (Paris, 1742). Su relación había sido discreta, de modo que nadie en Pekín se había percatado de que la causa de las frecuentes visitas de Étienne al palacio de Deng Yong no era meramente diplomática. La misma madre de Chai llegó a creer que Étienne no era sino un fervoroso admirador de su marido, ya entonces célebre en el Japón y la China por sus escritos sobre medicina, matemática y metalurgia, hasta cuando en cierta ocasión Pow, una de sus hijas menores sorprendió a Chai en brazos de Étienne.
—¡Lo habrás soñado! —fue la réplica inmediata de su madre a Pow—. ¿Quién se va a interesar en una solterona como Chai? Si hay una doncella que a él le interese en esta casa esa será Yi-Chang o tú. 
Chai tampoco lo había comprendido; su cuello alargado, sus pies acuáticos, sus anchas caderas y sus senos abultados eran motivo de burla constante entre sus familiares y conocidos.
—Para mí eres la mujer más hermosa de oriente y occidente —le había susurrado Étienne a su oído en varias ocasiones.
Chai había instruido a Étienne en la gramática de su idioma. Étienne, por su parte, la había adoctrinado en los fundamentos de la metalurgia europea, conocimiento con el cual Chai esperaba granjearse los favores de su padre y los de la madre del emperador. 
—¿Es cierto que usted quiere casarse con Chai? —le había preguntado Deng Yong a Étienne en medio de la cena. 
—Si el emperador me lo permite —fue la respuesta lacónica de Étienne.
—Usted se casará con Yi-Chang —repuso Deng Yong—; Chai compartirá sus años maduros con sus padres.
Chai no pudo contener un sollozo al escuchar la sentencia de su progenitor.
—No tengo ningún interés en casarme con Yi-Chang —replicó Étienne en tono desafiante.
—En ese caso usted no me deja otro recurso que el de hablar con la madre del emperador. Estoy seguro de que a ella le deleitará saber el modo en que los portugueses recompensan nuestra hospitalidad.
—No soy portugués —Étienne había replicado.
—Para mí todos lo son.
Étienne se sumió en un profundo silencio, y Chai comprendió entonces que ya no podría acariciar el rostro de su amante en casa de su padre. ¿Se atrevería a escapar a Francia, tal y como Étienne se lo había propuesto en varias ocasiones? Imposible; si huía el emperador la reclamaría a los reyes europeos. 
Tres días después de aquella velada, cuando Chai aún no se había repuesto de su frustración amorosa, una anciana se le acercó en la calle para entregarle una misiva en donde Étienne justificaba su partida inesperada de Pekín. Ya entonces Chai se había refugiado en los pasadizos de la biblioteca de su padre, incapaz de reconocer que Étienne la había abandonado o, probabilidad aún más onerosa, que él jamás la había amado. 
Aquella noche, dicen, Chai abandonó su casa en compañía de una sirvienta y un peón, quien la condujo hasta los talleres del emperador Qianlong. Al entrar su padre la observó con un rostro convulso, pero tal fue su sorpresa que ni él, ni ninguno de los trabajadores que manipulaban el hierro fundido se atrevió a interrogarla sobre los motivos de su visita inusitada. 
—La campana será perfecta —musitó con lágrimas en sus ojos.
Aprovechándose de la confusión general, Chai se descalzó de una de sus zapatillas y tomando impulso sobre su pie desnudo se abalanzó sobre el metal fundido, entregando su cuerpo a la furia de las llamas. 
Al día siguiente, la campana fue presentada a la madre del emperador, quien enterada de la inmolación de la hija del mandarín Deng, propagaría meses más tarde el rumor de que Chai Deng se había sacrificado a las deidades de la noche para que su padre fundiera la mejor campana del imperio. Tal es la interpretación que la cultura popular preserva, asaz preferible a los pormenores de un idilio, una separación, una humillación y un suicidio rayano en la obstinación académica y amorosa. 
El cuatro de octubre de 1924, a eso de las siete de la noche, Carrasquilla tuvo la oportunidad de distinguir el tañido armonioso de la campana de Chai Deng desde el palacio de las concubinas, emplazado a veinte kilómetros de la ciudad sagrada. 

Poema de Chai, escrito antes de lanzarse a la fragua de la campana

En las llamas ardientes, mi alma se alza,
en el fragor del fuego, mi destino abrazo.
En la fragua del sacrificio, mi voz resuena,
entrego mi ser, en busca de una melodía plena.

El metal fundido, reflejo de mi pasión,
en cada chispa danzante, encuentro redención.
Mi cuerpo se consume, pero mi espíritu se eleva,
en este acto final, mi esencia se revela.

Oh, campana eterna, tesoro de armonía,
en tu tañido se escucha mi melodía.
Que despiertes a las vírgenes del palacio,
con tu dulce sonido, en su sueño deshago.

Mi amor prohibido, mi Étienne adorado,
en cada nota susurrada, estarás a mi lado.
Aunque mi vida se extinga en esta fragua,
nuestro amor trascenderá, más allá de la pálida agua.

Campana de la paz, testigo de mi sacrificio,
que tu tintineo resuene en el infinito.
En cada repique, en cada suspiro,
que mi nombre perdure, en el eco eterno.

Así me entrego al fuego, a la eternidad,
en el crisol del amor y la libertad.
Mi alma arde como la llama más brillante,
en la fragua de la campana, mi esencia se hace constante.

Que mi sacrificio perdure en la historia,
una ofrenda de amor, una estampa de gloria.
En las memorias de los que me precedan,
que mi valentía y pasión siempre se recuerden.

Así, lanzo mi ser a la fragua ardiente,
en busca de un sonido perfecto y trascendente.
Que mi historia se cuente, en versos y canciones,
y mi nombre, Chai Deng, resuene en los corazones.

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