Las causas del cambio climático son espirituales
El cambio climático es, por consenso de nuestras autoridades científicas, la causa de todos nuestros desastres naturales. Sus teorías brillan cuando hay inundaciones, huracanes o sequías, pero se opacan cuando los desastres disminuyen, como ha ocurrido en los últimos meses.
En contraste con la ascendencia cientificista de nuestra era, dramaturgos, historiadores y místicos trazan las pestes, los terremotos y las calamidades en la hybris de las naciones (pecados en lenguaje cristiano, karma en oriental). Sus líderes, en su afán por callar y desterrar a los inocentes o desamparados, optan por masacrar santos, profetas, visionarios y pueblos enteros, sin medir las consecuencias de la fortuna, diosa que paulatinamente impone sobre los arrogantes su faceta más aterradora.
Escritores clásicos como Esquilo, Sófocles y Eurípides, e historiadores como Heródoto, Tucídides o Plutarco enfatizan la noción de la "hybris" como causa espiritual de los desastres sobre los pueblos y las familias de reyes o gobernantes. La "hybris" se refiere al orgullo desmedido, la arrogancia y la falta de humildad de los pueblos, lo que desencadena calamidades como guerras fratricidas, derrotas de imperios e incluso pestes.
Las advertencias de Esquilo, Sófocles y Eurípides
Esquilo, considerado uno de los grandes trágicos griegos, abordó la relación entre los desastres y la hybris en "Los 7 contra Tebas". La "hybris" se presenta a través de los personajes de Eteocles y Polinices, los dos hermanos que se enfrentan en una batalla por el control de Tebas.
Eteocles, el rey de Tebas, muestra una actitud desafiante y despectiva hacia los dioses al negarse a compartir el trono con su hermano Polinices. A pesar de los intentos de mediación y consejos del profeta Tiresias, Eteocles persiste en su determinación de gobernar solo y se niega a ceder ante la voluntad divina y la necesidad de un acuerdo pacífico.
Polinices, por su parte, también muestra "hybris" al liderar un ejército para atacar a su propia ciudad y derrocar a su hermano. Su orgullo y deseo de poder lo llevan a violar las normas y la armonía social establecidas, causando un conflicto devastador y derramamiento de sangre en Tebas.
¡Oh dioses! ¡Si quisierais detener este mal,
si tuvierais el poder de prevenir la desgracia! (333).
La "hybris" de los personajes principales los lleva a una espiral de violencia y tragedia, culminando en la muerte de ambos hermanos y una serie de calamidades para la ciudad de Tebas.
No es de extrañar que los dioses
atormenten con dolor al arrogante" (433).
Sófocles, otro destacado dramaturgo griego, también exploró la relación entre la hybris y los desastres en tragedias como "Edipo Rey", dónde la hybris y el orgullo desmedido de Edipo al interrogar al profeta Tiresias sobre su destino profético conducen a su propia desgracia y a la caída de la ciudad de Tebas. La ceguera moral y la falta de humildad de los personajes principales son representadas como causas fundamentales de su desventura.
¡Ay de mí, qué dolor y qué vergüenza!
¡A mí, a Edipo, a quien todos los hombres
conocen como el más desdichado!" (151).
Sólo entonces me convencí de que mi soberbia
me había perdido y que Zeus
no deja impune al insolente (873).
Se ha escrito bastante sobre la relación entre la peste que azota a la Tebas de Edipo al comienzo de la tragedia, con la peste que Atenas sufrió en la Guerra del Peloponeso. Sófocles proclama que semejante calamidad es un castigo de los dioses, máxime cuando tanto en Tebas como en Atenas se trataba de pestes que no se expandían por otros poblados. Abordaremos este tema de nuevo al analizar la obra de Tucídides.
Eurípides, conocido por su enfoque más psicológico y cuestionador, también abordó el tema de la hybris y los desastres en "Las Bacantes", en dónde retrata la hybris de Penteo, rey de Tebas, quien, pregonando que los dioses no existen, se burla de Dionisio, dios de la fertilidad y el vino, lo que conduce a la muerte de Penteo devorado por su propia madre.
La locura de Dioniso castiga
a quienes le deshonran (680).
Dionisio representa en Eurípides todos los atributos derivados de los dioses. Lamentablemente nuestra sensibilidad moderna ha asociado la humildad de los antiguos ante la naturaleza y los demás seres humanos con posturas religiosas. Así, la mayoría de nuestros líderes poderosos someten sus naciones a pruebas que no pueden controlar.
El Rey derrotado que conmovió a Dios
Heródoto, considerado el padre de la historia, relaciona las hecatombes y desastres naturales con la ira de los dioses y la falta de respeto hacia ellos por parte de los humanos.
Cuando Creso consultó al oráculo de Delfos, recibió una respuesta enigmática que decía: "Si cruzas el río Halys, destruirás un gran imperio". Impulsado por su confianza en su propio poder y riqueza, Creso interpretó esto como un presagio de la victoria sobre Ciro y se preparó para la batalla.
Sin embargo, lo que Creso no comprendió fue que el oráculo se refería al imperio de Creso mismo, no al de Ciro. Cuando la guerra estalló, Ciro se mostró como un adversario formidable y finalmente derrotó a Creso y tomó a Lidia bajo su control.
Cuando Creso fue capturado por las fuerzas de Ciro, se dispuso a sacrificarlo en el fuego como parte de un ritual religioso. Según la leyenda, en ese momento, Creso recordó las palabras del oráculo y temió la venganza divina de Apolo. En un acto de desesperación, Creso invocó al Dios Apolo y apagó las llamas con las que iba a ser sacrificado.
Este acto impresionó a Ciro, quien consideró que la intervención divina era una señal de que Creso era un hombre noble y digno de respeto. En lugar de matarlo, Ciro permitió que Creso se convirtiera en su consejero y lo trató con honor.
Trasegando diversas naciones, desde Persia hasta Egipto y Etiopía, y compilando historias en donde las divinidades intervienten (algo que enerva a nuestros historiadores modernos), Herodoto concluye:
"La ira de los dioses se manifiesta principalmente en contra de los hombres en el momento en que se sienten ofendidos por la excesiva insolencia de los mortales" (Heródoto, Historias, Libro VIII).
La masacre que desató una peste
La masacre de Melos fue un evento trágico que tuvo lugar durante la Guerra del Peloponeso en el año 416 a.C. Melos era una pequeña isla ubicada en el mar Egeo y se encontraba en una posición estratégica entre las ciudades-estado de Atenas y Esparta. La masacre de Melos fue llevada a cabo por las fuerzas atenienses porque Melos mantenía una posición neutral en la guerra entre Atenas y Esparta.
Atenas, que había establecido una liga de ciudades aliadas llamada la Liga de Delos, y en su afán de consolidar su imperio y demostrar su superioridad, decidió atacar y conquistar Melos para enviar un mensaje a otras ciudades-estado que se resistieran a su hegemonía.
La masacre de Melos generó temor y desconfianza entre las ciudades-estado griegas, ya que mostró el poderío y la crueldad de Atenas en su búsqueda de dominio. Aunque Atenas logró imponer su dominio sobre Melos, la masacre generó críticas tanto internas como externas. Muchos vieron el acto como una violación de los principios de justicia y humanidad, debilitando la reputación de Atenas en el escenario político de Grecia.
La masacre de Melos es un triste recordatorio de las brutalidades de la guerra y las luchas por el poder en la antigua Grecia. Además, sirve como ejemplo de las consecuencias devastadoras que pueden surgir cuando los conflictos políticos y territoriales se resuelven a través de la violencia y la fuerza. Aplicando la especulación poética y religiosa a la historia, Tucídides establece una conexión entre la masacre de Melos y la aparición de la peste en Atenas en su obra "La Guerra del Peloponeso":
"Y este fue el primer acto de hybris que cometieron los atenienses; el siguiente fue un desastre aún mayor: después de la matanza de Melos, sobrevino la peste en Atenas" (Tucídides, La Guerra del Peloponeso, 5.105).
Lo macabro de la peste de Atenas es que no se expandió por otras ciudades, lo que llevó a Sófocles a mancomunarla con la peste que, según un antiguo mito, azotaba a Tebas bajo el reinado de Edipo. El Rey que cojeaba había asesinado a su propio padre en una discusión de caminos, con una arbitrariedad que no difería de aquella de los generales atenienses contra las inermes habitantes de la isla de Melos.
El amor es más importante que Dios
Según el místico alemán, zapatero de profesión, Karl Böhme, la existencia de desastres y calamidades ocurren por la separación del ser humano de su origen divino, lo que fomenta la necesidad de un proceso de redención y reconciliación. El hombre tiene su origen en Dios, pero por su caída en el pecado y su separación de la divinidad, ha perdido su verdadera naturaleza y vive en un estado de alienación y sufrimiento. El propósito de la vida humana es encontrar el camino de regreso a la comunión con Dios, para reconciliar y unir lo divino y lo terrenal dentro de su pensamiento y obra:
"La separación de la humanidad de su origen divino es la raíz de todos los males y sufrimientos en el mundo." - De Tribus Principiis (De los Tres Principios)
La redención y reconciliación con Dios nos llevan a un estado de unidad y armonía, donde experimentamos la plenitud de la vida divina y nos convertimos en instrumentos de amor y paz en el mundo.
El amor es más alto que el Altísimo. El amor es más grande que el Más Grande. Sí, en cierto sentido es más grande que Dios; mientras que, sin embargo, en el sentido más elevado de todos, Dios es Amor, y el Amor es Dios. El amor, siendo el principio supremo, es la virtud de todas las virtudes; de donde brotan.
La influencia de Böhme en la filosofía actual no ha sido aún resaltada, pero es consabido que Hegel guardaba en su biblioteca las obras completas de Böhme, de las cuales extrajo sus ideas más aplaudidas, lo que motivó a Schopenhauer a acusarlo de que el filósofo de Jena no escribía filosofía sino teología. En efecto, la dialéctica hegeliana es un eco de la concepción Böhemiana del auge y caída del hombre, de las naciones y culturas, tal y como lo describe en su Philosophie des Geistes. El materialismo histórico de Marx no es, de hecho, sino una adaptación de los movimientos espirituales descritos por Böhme a través de la dialéctica hegeliana.
El místico que estableció la causa de los desastres en la maldad de las naciones
El místico Emmanuel Swedenborg fue un teólogo, científico y filósofo sueco del siglo XVIII, quien profetizó que el mundo se acabará cuando ya no haya alguien que crea en Dios y sus atributos de verdad, bondad y perdón. Para el místico llamado el Buda de occidente, el mundo físico está vinculado a la presencia de personas que practican el amor a la creación, pues el mundo material y el mundo espiritual están interconectados, y la calidad espiritual de las personas tiene un impacto en la realidad física.
Según Swedenborg, si llegara un punto en el que ya no hubiera personas que crean en los principios divinos y vivan en armonía con ellos, el mundo físico perdería su razón de ser y se produciría un fin o una transformación importante. Las calamidades podrían interpretarse como manifestaciones simbólicas de desequilibrios o luchas espirituales en la dimensión invisible. Esto se debe a que, según su perspectiva, el mundo material es una manifestación externa de las realidades espirituales internas.
La opresión y la falta de solidaridad con los países más vulnerables han llevado a la desigualdad global y a la negación de la urgencia de abordar el cambio climático. Al igual que la "hybris" de las naciones antiguas, la falta de humildad y la falta de reconocimiento de nuestra interdependencia con el entorno natural han generado consecuencias devastadoras en forma de desastres climáticos.
Las perífrasis espirituales de los escritores modernos
La opresión y la falta de solidaridad con los países más vulnerables garantiza la desigualdad global y la negación de la urgencia de abordar el cambio climático. Al igual que la "hybris" de las naciones antiguas, la falta de humildad, los préstamos draconianos y la falta de reconocimiento de nuestra interdependencia con el entorno natural genera consecuencias devastadoras en forma de desastres climáticos.
Historiadores que advierten las relaciones entre decadencia social y desastres naturales
Tertuliano, un escritor y teólogo del siglo III, interpretó las catástrofes como el castigo divino por los pecados y la decadencia moral de la humanidad. Froissart, un cronista medieval, vinculó las calamidades y desastres a la voluntad divina y a eventos cósmicos, como eclipses y terremotos, vistos como señales del juicio divino.
Gibbon, autor de "Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano", sugirió que la caída de los imperios, y los desastres naturales eran símbolos visibles de dicho declive. Spengler, en su obra "La decadencia de Occidente", argumentó que las catástrofes eran parte del ciclo natural de las civilizaciones y señales de su declive inevitable. Ambos escritores evitan relacionar los desastres con la espiritualidad, pero coinciden en señalar las coincidencias entre la furia de la naturaleza y el caos social.
Toynbee, en su monumental "Estudio de la historia", propuso que los desastres que advertía en la historia universal eran oportunidades para el surgimiento de nuevos líderes y renovación espiritual en las sociedades.
Así, a lo largo de la historia, vemos cómo la decadencia espiritual antecede terremotos y otros desastres naturales. Al aplicar este enfoque al cambio climático, podemos reconocer que las causas de este fenómeno global también tienen un componente espiritual. La falta de respeto hacia la naturaleza, la explotación desmedida de los recursos y la opresión hacia otros países y culturas podrían corregirse para remediar la crisis climática que enfrentamos en la actualidad. Ante la impotencia de la ciencia y las naciones, la humanidad nada podría perder, y sí tendría mucho que ganar.
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