El asesinato de callar al otro
Vivimos en una sociedad que condena el asesinato y, sin embargo, lo permite constantemente a través de frases como "preferiría cambiar de tema", "no quiero hablar de ello", "aquí no se habla ni de política ni de religión", "si siguen hablando de eso me voy".
Dicho asesinato funciona, si bien limitadamente, en la política y en los negocios, donde las partes se sientan a "negociar" sobre sus intereses administrativos o económicos, pero extender dicha castración a los ámbitos de la familia, la amistad y la academia es asesinar al familiar sincero, al amigo leal, al amante de la verdad. Tal fue el destino de Cordelia, la honrada y sincera hija del Rey Lear, a quien el monarca senil condenó a un destino abyecto en el exilio, simplemente porque no era capaz de adularlo como sus hipócritas hermanas lo hacían para despojarlo de sus bienes. Demasiado tarde es el capaz de reconocer su error ante las puertas de la muerte:
¡No, no, no, no! Ven, vamos a prisión:
Nosotros dos solos cantaremos como pájaros en la jaula:
Cuando tú me pidas bendiciones, me arrodillaré,
Y te pediré perdón: así viviremos,
Y rezaremos, y cantaremos, y contaremos viejas historias, y reiremos
De mariposas doradas, y escucharemos a pobres pillos
Hablar de noticias de la corte; y también hablaremos con ellos,
Quién pierde y quién gana; quién está dentro, quién está fuera;
Y asumiremos el misterio de las cosas,
Como si fuéramos espías de Dios: y agotaremos,
En una prisión amurallada, paquetes y sectas de los grandes,
Que suben y bajan con la luna.
Silenciando al otro, se defiende la ideología de la mentira, del crimen y del engaño.
Callar al otro es a menudo reemplazado por retahílas de los asesinos, lo que conlleva a los silenciados a levantar sus voces en protesta, oportunidad que los asesinos del silencio aprovechan a menudo para victimizarse, y argüir que les levantan la voz y los irrespetan.
1. La madre que calla al hijo artista diciéndole que ella no quiere saber nada de una profesión tan poco rentable.
2. El amigo que calla a su amigo porque le pregunta de dónde proviene el dinero con el cual se ha comprado un apartamento en el barrio más exclusivo de la ciudad.
3. El hijo que calla a su madre porque ella le dice que no es correcto cambiar de esposa por quinta vez.
4. El padre que calla a su hijo adolescente cuando le pregunta que por qué lo obliga a firmar documentos para incriminar a inocentes.
El silencio se impone así sobre crímenes que la sociedad acepta solapadamente:
1. La codicia de una madre.
2. La corrupción de un amigo.
3. La intolerancia de un hijo.
4. Las intrigas de un padre.
Dicho diálogo ha de ser calmado, inteligente, abierto, con capacidad de denunciar el uso de falacias y falsos silogismos.
Supongamos que se discuta el maltrato a los niños y surge un padre de familia arguyendo que dicho maltrato está contemplado en la Biblia por pasajes como Proverbios 13:24 (NVI):
"El que no castiga a su hijo, no lo quiere; el que lo ama, se preocupa por él y lo disciplina".
Un católico citaría para refutar no solo los avances de la psicología, sino también al mismo Jesucristo, quien prescribió que dichos preceptos fueron formulados por la dureza de sus corazones y que el único mandamiento válido es "amarás a tu prójimo como a ti mismo". Un lógico denunciará asimismo la falacia de autoridad.
"No callar ni silenciar al otro" debería ser un mandamiento grabado en piedra en todas las escuelas y universidades del mundo, acompañado, si acaso, del útil precepto de "no repetir lo que ya se dijo".
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