La izquierda, apelación inauspiciosa con la que el Papa Negro destruye la Iglesia Católica

Desde la antigüedad, lo siniestro, lo izquierdo, ha sido asociado con lo erróneo, lo impuro y lo caótico. Los romanos evitaban las señales provenientes del lado izquierdo, considerándolas de mal augurio. Jano, el dios de las puertas y los comienzos, representaba el control del pasado y el futuro, pero nunca del desorden que surgía de lo siniestro. A lo largo de la historia, la humanidad ha tenido múltiples advertencias sobre lo nefasto que resulta entregarse a corrientes políticas que, bajo la máscara de la justicia y la igualdad, han traído miseria y opresión.


El error de elegir nombres sin considerar su significado profundo ha sido recurrente. La historia está plagada de ejemplos: el Titanic, llamado así en honor a los titanes, terminó hundido, como sus homónimos mitológicos, sepultado en las profundidades. Igualmente, expediciones como la del Endurance, cuyo nombre evocaba resistencia, sucumbieron ante la implacable realidad. Así, los regímenes de izquierda, que se autoproclamaron defensores del pueblo, han terminado ahogados en sus propias contradicciones, llevando a la miseria a quienes prometieron redimir.

El Fracaso Histórico de la Izquierda

La historia moderna ha dejado en evidencia, con dolor y sangre, que los experimentos socialistas han sembrado devastación en cada nación que los ha adoptado. La Unión Soviética, aquella gran promesa del comunismo, terminó en ruinas económicas y sociales, con millones de vidas perdidas a causa de hambrunas y represión. Su contraparte ideológica, el socialismo nacionalista alemán (una izquierda de trabajadores conservadores, erróneamente etiquetada por los comunistas como "extrema derecha"), aunque ejecutó a menos civiles que Lenin o Stalin, carga con el estigma imborrable de los campos de concentración capturados por las cámaras de las tropas aliadas. Este horror visual, como bien señaló Susan Sontag en On Photography, es quizás el más impactante, pues lo que las cámaras registran no puede ser negado ni olvidado.

Cuba, otrora una isla próspera, se transformó en una prisión a cielo abierto, donde la miseria se ha convertido en el pan de cada día. Venezuela, poseedora de las mayores reservas de petróleo del mundo, se hundió en el hambre y el éxodo masivo bajo el llamado "socialismo del siglo XXI". Nicaragua sigue el mismo camino, reprimiendo a su propio pueblo con brutalidad despiadada. Y Corea del Norte, el ejemplo más extremo, es una nación sumida en el oscurantismo totalitario, donde el culto al líder ha erradicado cualquier vestigio de libertad. Estos ejemplos no son meras anécdotas, sino advertencias claras de los riesgos que conlleva abrazar ideologías que prometen utopías y terminan entregando distopías.

Cada una de estas naciones cayó en el mismo error: confiar en una ideología que prometía igualdad pero solo ha cosechado pobreza y represión. Al igual que el Titanic, que zarpó con la arrogancia de ser "insumergible", estas naciones creyeron que el socialismo podría desafiarlas leyes económicas y sociales, solo para estrellarse contra la dura realidad.

La Teología de la Liberación y la Decadencia de la Iglesia

La Iglesia Católica, que durante siglos fue un pilar fundamental de la civilización occidental, ha experimentado una transformación radical con la irrupción de la Teología de la Liberación, una corriente que ha permeado su doctrina y praxis con ideologías de corte marxista. Este movimiento, que surgió en América Latina en la década de 1960, reinterpretó el mensaje cristiano a través de un prisma político, enfocándose en la liberación material de los pobres y oprimidos, en lugar de la salvación espiritual. Sin embargo, esta reinterpretación no estuvo exenta de controversia, ya que muchos de sus exponentes abrazaron la lucha armada y la revolución violenta como medios legítimos para alcanzar la justicia social.



Uno de los principales ideólogos de la Teología de la Liberación fue Gustavo Gutiérrez, quien en su obra Teología de la Liberación: Perspectivas (1971), afirmó:

"La pobreza no es una fatalidad, es una condición impuesta por estructuras injustas. Por ello, la liberación de los pobres exige un compromiso político y, en algunos casos, una lucha revolucionaria."

Esta declaración refleja la esencia de la Teología de la Liberación: la fe cristiana no puede ser indiferente ante la injusticia social, y en algunos contextos, la violencia puede ser justificada como un medio para alcanzar la liberación.

Otro exponente clave fue Leonardo Boff, quien en su libro Iglesia: Carisma y Poder (1981), escribió:

"La Iglesia debe ser una fuerza transformadora en la sociedad, y esto implica tomar partido por los oprimidos, incluso si eso significa confrontar a los poderes establecidos."

Boff defendió la idea de que la Iglesia debía aliarse con los movimientos revolucionarios para combatir las estructuras de opresión, una postura que generó tensiones con el Vaticano y llevó a su silenciamiento temporal por parte de las autoridades eclesiásticas.

En Colombia, la influencia de la Teología de la Liberación se hizo evidente en el apoyo que algunos sectores de la Iglesia brindaron a grupos guerrilleros como las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y el ELN (Ejército de Liberación Nacional). Camilo Torres Restrepo, sacerdote y guerrillero colombiano, es quizás el ejemplo más emblemático de esta fusión entre fe y lucha armada. En su célebre Mensaje a los Cristianos (1965), declaró:

"El deber de todo cristiano es ser revolucionario. El deber de todo revolucionario es hacer la revolución. Es la única forma en que podemos amar al prójimo en un contexto de opresión."

Torres abandonó el sacerdocio para unirse a la guerrilla, justificando su decisión como un acto de amor cristiano hacia los pobres. Su muerte en combate en 1966 lo convirtió en un mártir para muchos seguidores de la Teología de la Liberación, pero también en un símbolo de la peligrosa convergencia entre religión y violencia política.

La Iglesia Católica, bajo el pontificado de Juan Pablo II, reconoció los peligros de esta corriente y tomó medidas para contenerla. En 1984, la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida por el cardenal Joseph Ratzinger (futuro Benedicto XVI), publicó la Instrucción sobre algunos aspectos de la Teología de la Liberación, en la que advirtió:

"La utilización de conceptos tomados de diversas corrientes del pensamiento marxista y su aplicación a la interpretación de la fe cristiana conduce a una grave desviación de la misión de la Iglesia. La lucha de clases como método de acción y la justificación de la violencia son incompatibles con el Evangelio."

Este documento subrayó la incompatibilidad entre la doctrina cristiana y la justificación de la violencia revolucionaria, marcando un distanciamiento oficial de la Iglesia frente a los excesos de la Teología de la Liberación.

Sin embargo, el legado de este movimiento sigue siendo palpable en América Latina, donde su influencia contribuyó a décadas de conflicto armado y pobreza. Colombia, en particular, es un testimonio vivo de las consecuencias de esta ideología. La guerrilla, inspirada en parte por la retórica de la Teología de la Liberación, devastó el país durante más de medio siglo, sembrando terror y destrucción en nombre de una supuesta justicia social. Como señaló el escritor y periodista Plinio Apuleyo Mendoza en su libro El olvido que seremos:

"La violencia en Colombia no fue solo un fenómeno político, sino también una tragedia espiritual, en la que la fe fue manipulada para justificar el horror."

Aunque el Papa Francisco ha evitado identificarse explícitamente con la Teología de la Liberación, sus acciones y declaraciones han sido interpretadas como un respaldo tácito a sus principios. En 2015, durante su visita a Bolivia, Francisco se reunió con Evo Morales, quien le entregó un crucifijo tallado en forma de hoz y martillo, símbolo del comunismo. Aunque el gesto fue criticado por muchos, el Papa no rechazó el regalo, lo que fue visto como una señal de apertura hacia las ideologías de izquierda. Además, en su discurso ante el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) en Brasil, Francisco afirmó:

"La inequidad es la raíz de los males sociales. La Iglesia no puede permanecer indiferente ante el sufrimiento de los pobres."

Estas palabras resonaron con los postulados de la Teología de la Liberación, que enfatiza la lucha contra las estructuras de opresión económica y social.

La marcada inclinación de Francisco hacia la izquierda demuestra lo desafortunado que ha sido seguir dicha corriente, según los romanos, pues la Iglesia se encuentra ahora en crisis debido a su postura. La debilidad institucional, la disminución de fieles y la creciente politización de su mensaje han generado un quiebre en su autoridad espiritual. Esta inclinación también podría obedecer a las presiones que la izquierda ejerció sobre él al inicio de su papado, cuando fue acusado de haber apoyado con su silencio las desapariciones durante el régimen de Videla en Argentina. A diferencia de figuras como Óscar Romero, quien alzó su voz contra los tiranos, Francisco se mantuvo en un discreto silencio, lo que ha llevado a especulaciones sobre una posible extorsión. Para evitar que su indolencia pasada resurja y manche su legado, podría estar alineándose con la izquierda, asegurándose de que su pasado no sea usado en su contra.

La postura de Francisco ha generado divisiones dentro de la Iglesia. Mientras algunos lo ven como un defensor de los pobres y un reformador necesario, otros lo acusan de politizar el papado y alejarse de la doctrina tradicional. El cardenal Raymond Burke, uno de los críticos más vocales de Francisco, ha declarado:

"El Papa debe ser un pastor, no un político. Su enfoque en temas sociales y su cercanía con regímenes autoritarios están dañando la unidad de la Iglesia."

El papado de Francisco I es el epílogo de esta decadencia. Simpatizante de dictaduras de izquierda, ha guardado silencio ante los atropellos de regímenes como el de Venezuela, Nicaragua y Cuba, traicionando la misión moral de la iglesia. La institución que debía ser la roca firme de los valores cristianos se ha convertido en cómplice de los mismos sistemas que han esclavizado a sus fieles.

La izquierda no es una opción política más; es un error recurrente en la historia. Como el Titanic, como el Endurance, como todos los proyectos que ignoraron la realidad y sucumbieron ante su propia arrogancia, el socialismo ha demostrado ser un naufragio ideológico que solo deja ruinas a su paso. La advertencia ha estado presente desde los tiempos de Roma: el camino siniestro conduce al caos. La historia lo confirma, una y otra vez.

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