“Colombia Corrupta”como Espejo de una Sociedad Fracturada

Colombia Corrupta, una película de Hugo Noël Santander Ferreira

La literatura, en su más alta expresión, no solo refleja la sociedad que la engendra, sino que la interroga con la precisión de un bisturí. “Colombia Corrupta”, del dramaturgo Hugo Noël Santander Ferreira, es una de esas obras que trascienden el ámbito estético para convertirse en un diagnóstico implacable de los males estructurales de una nación. A través de un entramado de personajes tan vulnerables como cínicos, Santander Ferreira teje una tragedia moderna donde la corrupción no es un acto aislado, sino el oxígeno que alimenta un sistema podrido hasta la médula.

Desde las primeras escenas, la obra establece su territorio moral: un mundo donde las transacciones ilícitas —monetarias, emocionales, éticas— son la norma. La empresa Vidriovencol Limitada funciona como microcosmos de Colombia (y, por extensión, de cualquier sociedad fracturada por la desigualdad). Allí, el administrador Marino encarna la filosofía pragmática del "todo vale", mientras la dueña, Porcia Bolaños, personifica la hipocresía de una élite que condena la corrupción ajena mientras se beneficia de ella. En este escenario, Kennedy, el joven obrero cuyo nombre evoca sueños de grandeza y libertad, emerge como una figura trágica: un idealista que choca contra los muros de un sistema diseñado para aplastar a los suyos. Santander Ferreira emplea el diálogo como arma de denuncia. Los parlamentos de Marino —"los únicos que van a la cárcel son los crédulos"— resumen la lógica perversa de un país donde la impunidad premia a los audaces. La prosa, cargada de ironía y regionalismos, no solo sitúa la obra en un contexto específico, sino que revela cómo el lenguaje mismo se corrompe: las palabras "honestidad" o "justicia" son vaciadas de sentido, convertidas en herramientas de manipulación. Incluso el poema que Kennedy escribe a su padre —un destello de lirismo en medio del caos— es devorado por la crudeza de su realidad, donde el arte no redime, sino que expone heridas abiertas. La relación entre Kennedy y Eliana, la hija de Porcia, simboliza el amor como territorio de batalla de clases. Su romance clandestino, marcado por el aborto forzado de Eliana y la deserción militar de Kennedy, es una metáfora de cómo los vínculos humanos son sacrificados en el altar del interés económico. Aquí, Santander Ferreira se acerca al pathos de Dostoievski: sus personajes no son héroes ni villanos, sino víctimas de una maquinaria que los supera. Humberto, el padre de Kennedy, es quizás el ejemplo más doloroso: un hombre que internaliza su opresión hasta convertirse en cómplice de quienes lo explotan. La obra también cuestiona narrativas nacionales arraigadas. El servicio militar, presentado como rito de paso para los pobres, se revela como una farsa sangrienta; la familia, supuesto bastión de valores, es un nido de secretos y traiciones. Incluso la religión es instrumentalizada: Humberto recita el Evangelio mientras engaña a su esposa, y Porcia invoca a Dios para justificar su crueldad. Esta desacralización de las instituciones no es gratuita: es la constatación de que, en una sociedad corrupta, ni la fe ni el amor escapan a la degradación. “Colombia Corrupta”no es una obra pesimista, sino una que exige lucidez. Al evitar un final redentor, Santander Ferreira fuerza al espectador a confrontar una pregunta incómoda: ¿cómo escapar de un sistema donde la corrupción es el agua en la que todos nadamos? La respuesta, sugiere la obra, no está en los discursos grandilocuentes, sino en la capacidad de mirarnos al espejo —como lo hace Kennedy en sus momentos de mayor claridad— y reconocer nuestra propia complicidad. En última instancia, esta obra es un llamado a despertar del letargo moral. Como bien señalaba Bertolt Brecht, el teatro debe incomodar, y Santander Ferreira lo logra con maestría. “Colombia Corrupta”no es solo un drama colombiano: es un espejo global donde, si nos atrevemos a mirar, veremos reflejadas las grietas de nuestras propias sociedades. Leyla Margarita Tobías Buelvas Sincelejo, 2025

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