Idilios Peligrosas, novela negra colombiana de Hugo N Santander Ferreira

La novela Idilios Peligrosos de Hugo Noël Santander Ferreira pertenece a esa zona poco frecuentada de la literatura colombiana donde la violencia histórica se desplaza del monte al dormitorio, de la carretera al corazón humano, y donde los cuerpos —antes marcados por balas, retenes o desapariciones— se convierten en escenarios de una violencia más íntima, más sutil y, por ello mismo, más devastadora. No estamos ante un relato de amor, ni ante un thriller; estamos ante un laboratorio emocional donde los afectos se transforman en mecanismos de poder, y donde cada gesto cotidiano expone la fragilidad moral de personajes que viven en un país cuya guerra nunca termina del todo: solo muta de escenario.

Idilios Peligrosos

Ambientada en Bucaramanga, con desplazamientos a Bogotá, Medellín y los paisajes del oriente colombiano, la novela narra la caída de Hernando Villanueva, arquitecto culto y romántico incurable, cuya ruina afectiva comienza con un abandono aparentemente trivial: Nancy Torres, ejecutiva brillante, decide priorizar su ascenso profesional y salir de una relación que ya la asfixiaba. Ese hecho, que en otras narrativas sería apenas una ruptura sentimental, aquí se convierte en el primer movimiento de una cadena de desajustes donde el desamor se convierte en puerta de entrada al colapso psicológico, ético y finalmente social del protagonista.

Lo que sigue es una constelación de destinos entrelazados que funcionan como estaciones de un vía crucis contemporáneo. Incapaz de procesar la pérdida, Hernando se hunde en una noche urbana que mezcla aguardiente, cocaína, prostitución de clasificados, poetas románticos y una soledad que duele como un órgano amputado. Su derrumbe no ocurre en silencio: salpica a quienes lo rodean y desata fuerzas que se creían dormidas. Ariadna, esposa cuarentona atrapada en un matrimonio muerto, lo seduce para romper la jaula de décadas de represión; al ser rechazada, desata una avalancha de celos, mentiras y odio que roza el asesinato. Marianne, profesora de filosofía, intenta ser para Hernando un punto de luz, pero antes deberá enfrentarse al secuestro por parte de Riakola, exmiliciano convertido en delincuente común, cuya biografía de guerra, traición y deseo retorcido encarna una de las preguntas centrales de la novela: ¿qué queda de un país cuando sus heridas colectivas se filtran en la vida íntima?

Idilios Peligrosos

Nada en Idilios Peligrosos es anecdótico. La guerrilla, el paramilitarismo, el narcotráfico, el collar-bomba, los campamentos perdidos en la selva y las carreteras marcadas por retenes no son telón de fondo: son tejidos vivos que reaparecen en la psicología de los personajes, recordando que la violencia no desaparece; simplemente se recicla en otras formas de dominación y miedo. La novela sostiene, sin declararlo, que en Colombia el amor sigue siendo un campo de batalla donde operan las mismas lógicas de posesión, traición y ajuste de cuentas que estructuran el conflicto armado.

Desde el punto de vista formal, la obra combina la densidad introspectiva de la novela psicológica con la velocidad y tensión del thriller negro. La voz narrativa, firme y omnisciente, se desliza con naturalidad por las conciencias de todos los implicados: sabemos qué piensa Nancy cuando cierra la maleta; qué siente Ariadna al provocar la catástrofe; qué recuerda Riakola cuando apunta un arma; qué teme Marianne en los segundos previos a la irrupción de sus secuestradores. Los poemas intercalados —propios y ajenos— no operan como decoración, sino como síntomas: expresan una cultura que ha convertido el sufrimiento en estética y la herida en estilo.

Pero Idilios Peligrosos rehúye las salidas fáciles. La redención, cuando aparece, es tenue y siempre provisional: un amanecer visto desde una terraza, un abrazo que intenta ser refugio aun sabiendo que dentro de esos cuerpos laten bombas de tiempo emocionales. El capítulo final, que sitúa a los personajes frente al espejo clínico de la psiquiatría, recuerda al lector que nadie es solamente víctima ni solamente verdugo: todos son herederos —y continuadores— de una violencia que se disfraza de pasión, libertad o destino.

La virtud mayor de esta novela reside quizás en su capacidad para mostrar, con precisión y sin grandilocuencias, que la guerra más difícil de desactivar no es la que se libra en las montañas, sino la que cada individuo lleva dentro. Idilios Peligrosos es, en última instancia, una exploración incómoda y lúcida sobre cómo se aman las personas en un país donde la historia ha convertido el amor en riesgo y la intimidad en territorio de disputa.

El lector encontrará aquí una obra que no ofrece consuelo, pero sí conocimiento: un espejo oscuro donde se vislumbra, en distintos grados, nuestra propia vulnerabilidad. Porque esta novela obliga a preguntarse, sin escapatoria posible, cuántas veces hemos sido Nancy, Hernando, Ariadna o Riakola, y qué calibre de bala —metafórica o real— seguimos guardando en el corazón cuando pronunciamos, con temblor o con deseo, las palabras “te amo”.

Leyla Margarita Tobías Buelvas

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